Capítulo 28 · Familias

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Sterling

El domingo antes de que me marchara con Jane a París, decidimos que era un buen día para conocer a nuestras respectivas familias de una vez por todas. Hacía más de un mes que habíamos hecho público lo nuestro y no habíamos conocido a nadie (salvo Jade a Billy y Jane, y yo a su hermano por teléfono; bueno, y a Ray y Carl).

El desayuno sería en casa de mis padres y el almuerzo en casa de la madre de Jade, donde estarían sus hermanos también. Y, aprovechando que Mia estaba grabando en Londres, nos llevamos a Jane con nosotros.

―Pues la abuela es muy guay porque también le gusta hacer dulces, y el abuelo también es muy guay porque juega conmigo a fútbol con las muletas. Es muy bueno parando balones, más que papá incluso.

―¡Si que es bueno, entonces! ―exclamó Jade con una sonrisa dulce en dirección a mi hija.

―¿Tu madre tiene jardín en su casa, Jade?

―Sí, tiene jardín y una portería pequeña, de hecho. A mi hermano y a mí nos gustaba mucho el fútbol cuando éramos más pequeños.

―¿Y podré jugar?

―Por supuesto. Y seguro que Cedric se unirá a ti, porque se vuelve loco cuando ve un balón.

Jane estaba encantadísima.

Llegamos a la casa de mis padres y aparqué delante del garaje. Esa casa no era en la que yo había crecido, quizá era el doble de grande. Cuando gané lo suficiente como para poder comprar una casa de golpe, lo hice, pero no para mí, sino para mis padres. Se habían sacrificado muchísimo para que yo pudiera cumplir mis sueños y para pagarle la universidad a Billy, así que no dudé ni un instante en comprarles un lugar al que pudieran llamar hogar, pues a lo largo de nuestras vidas habíamos tenido al menos quince casas, sin exagerar.

Mamá no quería que me gastara el dinero en ellos, pero era algo que iba a pasar sí o sí. Con trece años les prometí que les devolvería lo que ellos me habían dado, multiplicado por cinco. Y lo estaba haciendo. La casa era bonita, de una sola planta y un jardín trasero en el que mi madre podría dedicar todas las horas del día a la jardinería. Ella era florista y su sueño siempre había sido tener un jardín, así que se lo di. Y mi padre había sido jardinero, pero se había jubilado forzosamente después de una operación de cadera a muy temprana edad. Ya no trabajaba en el jardín de otras personas, ahora lo hacía en el suyo.

―Qué preciosidad de casa ―susurró Jade cuando bajamos del coche. Me miró―. ¿Es de un solo piso?

―Así es. No hay ni una sola escalera.

―¡Qué lujo! Yo me compraré una casa de un solo piso también, cuando tenga dinero para hacerlo ―rio―. Lo último que quiero con sesenta años es tener que subir y bajar escaleras.

―Es lo mejor. Sin escaleras es más cómodo.

Jane se fue corriendo hacia la puerta y llamó al timbre unas cinco mil veces, aproximadamente. Acaricié el brazo de Jade antes de entrelazar mis dedos con los suyos temblorosos.

―Tranquila, Jade.

―¿Y si tienen una imagen de mí que no es cierta? La prensa...

―Hablo con ellos cada semana, ¿vale? Siguen opinando lo mismo de siempre. Ahora lo comprobarás.

Asintió con la cabeza, dudosa como siempre. La puerta de casa se abrió y nos recibió mi padre, que ya no llevaba las muletas con él. Hacía un año que ya no debía llevarlas, pero siempre las cogía para jugar al fútbol con Jane porque así podía pararse mejor los balones.

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora