Epílogo 1

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Unos días después...
Sterling

Lo primero que vi al despertarme fue... el lado izquierdo de mi cama vacío. Allí donde se suponía que Jade debía estar, tan solo había una almohada mal puesta a la que estaba abrazando como si fuese ella. Como si fuese mi novia. Extrañado, me giré hacia mi mesita de noche y miré la hora. Las nueve de la mañana.

Gruñí.

Mi día libre e iba a despertarme temprano.

Salí de la cama, me puse unos pantalones y fui hacia el baño para lavarme la cara y la boca. Tras ello, bostecé silenciosamente mientras me dirigía al salón. Sorprendido, miré a mi hija.

―¿Qué haces tú aquí? ―pregunté extrañado.

Jane, que estaba mirando algo en el portátil de Jade junto a ella, alzó una ceja rubia.

―Buenos días a ti también, papá.

―Buenos días, hija, pero...

―Mamá tenía una entrevista y me ha dejado aquí de mientras.

―Ah, vale. Pensé que a lo mejor me había confundido de día o algo.

―No, todavía no estás lo suficientemente viejo como para olvidarte de las cosas y desorientarte.

Fui hacia ella y besé su frente. Ni se inmutó, siguió viendo lo que fuera que habían puesto en Netflix.

―¿Qué es eso de dejarme abrazado a una almohada? ―le susurré a Jade al oído, que estaba en el sillón con su móvil en las manos, antes de besar su mejilla una, dos y hasta tres veces. Sonrió.

―No quería despertarte.

Acaricié su cuello.

―¿Cuántas veces debo decirte que quiero verte al despertarme, Jade Lennox?

Sonrió con inocencia fingida y me besó los labios cuando me descuidé. Pero no puse objeción alguna, por supuesto. La agarré de la barbilla, pero Jade me dio un último beso casto y me dedicó una mirada reprobatoria.

―Jane está aquí.

Suspiré con un poco más de dramatismo de lo normal y ella sonrió divertida antes de dejar un beso en mi barbilla. Tan suave que logró despertar ese bivaque de mariposas que siempre estaban alerta en mi estómago de cualquier gesto de Jade.

«Dios mío, cómo quiero a esta chica», pensé mientras me despegaba de ella a regañadientes.

―¿Habéis desayunado?

―Ajá ―respondieron al unísono.

―Qué amables sois, gracias por esperarme.

―No te quejes que te he preparado el desayuno ―djo Jade señalando la cocina―. Bueno, el café. Si te hubiésemos hecho algo más, estaría pocho ya.

Se lo agradecí y fui hacia la cocina. Me hice un desayuno rápido que me comí allí mismo, de pie, delante de la barra, y cuando acabé me fui a lavar los dientes y a ponerme una camiseta.

Era mi día libre y no esperaba tener a Jane con nosotros, pero no me molestaba. ¿Cómo iba a hacerlo? Lo que me molestaba era que Mia no me hubiese consultado nada, de nuevo.

La situación con la madre de mi hija estaba medio tranquila. Sin embargo, sabía de sobras que era la típica y temida calma anterior a la tormenta. Ella había querido seguir con la demanda, luego la retiró, y más tarde volvió a retomarla porque le había picado algún bicho que creía que su carrera despegaría de nuevo en los Estados Unidos y quería mudarse allí. Con mi hija. Ni de broma, vamos. Interpuse yo mi nueva contrademanda y, además, pedí que le hicieran una evaluación psicológica; no estaba bien, clarísimamente.

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora