Capítulo 35 · El retiro

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Sterling

A cada día que pasaba, más me dolía la cabeza. Lo único que hacía aparte de entrenar, era pensar. Pensar, pensar, pensar y pensar. Si seguía haciéndolo, acabaría por explotarme la cabeza.

La ruptura con Jade era prácticamente oficial después de todos los rumores de que Mia y yo volvíamos a estar juntos, y creo que nunca había tenido tanta gente detrás como en esos días. Y Jade igual. Ella no había pronunciado palabra salvo para decir que podían perseguirla lo que quisieran, que no iba a hablar. Por suerte, eso los había ahuyentado un poco y cada vez la seguía menos gente.

Y eso era lo que a mí me interesaba, que estuviera bien y tranquila.

Hacía casi un mes que no mediábamos palabra. Y no porque no lo hubiese intentado, desde luego. No sabía si había cambiado de número de teléfono o simplemente me había puesto en la lista negra de su teléfono, porque no lograba ni que el teléfono emitiera un solo pitido en llamada.

Estaba al borde de un colapso, no nos vamos a mentir.

―Está claro que no estás haciendo las cosas demasiado bien ―dijo Carl antes de darle un trago a su cerveza.

Estábamos en casa de Pablo y, por lo que tenía entendido, Coral acababa de marcharse para estar con Jade. Y me gustaba que fuese así; que se hubiesen hecho tan amigas y que Jade tuviera apoyo era algo muy importante para mí. Muy grande debía ser el apoyo de Coral a Jade, porque siempre que me veía ponía cara de asco y seguía su camino sin saludarme. Una buena amiga, no vamos a negarlo.

―Y me lo dices tú, que me sugeriste que buscara una novia falsa ―bufé.

―Sí, pero no con mi sobrina y menos con la intención de que os enamorarais como gilipollas, Sterling.

―Ahora enamorarse es de gilipollas, vaya.

―No debería serlo, pero sí en tu caso. Porque te has enamorado y en vez de luchar por ello, estás haciendo el tonto.

―Quiero a Jade, ¿vale? ―espeté enfadado, inclinándome para mirarlo, pues estaba en el otro sofá―. Pero mi hija es mi hija, y no puedo permitir que me la quiten. Y, lo he dicho mil y una veces, haré lo que sea posible porque no me la quiten.

―Y no estoy poniendo en duda ninguna de las dos cosas, tío. Pero, repito, estás haciendo las cosas mal solo por no querer pedir ayuda a la gente indicada.

―¿Y quién es esa gente?

―Nosotros ―dijeron Pablo, Dom y él al unísono. Puse los ojos en blanco.

―No pongas esa cara, sabes que podemos ayudarte más que nadie ―me regañó Dom.

―¿Cómo? ¿Vais a impedir que no me quiten la custodia?

―No, vamos a darte alternativas de cómo hacer que no te la quiten.

Carl apoyó las palabras de Pablo con un asentimiento de cabeza.

―Para empezar ―Carl carraspeó y dejó su cerveza en la mesita―, piensa. Piensa porque es algo que no has hecho en el último mes.

―Imbécil

―Escucha ―pidió―. Lo único que has pensado estos últimos días ha sido mierda inútil, mierda que no te lleva a ningún lado, mierda que solo te consume.

―Mucha mierda ―resumió Dom.

―Deja esto de aparentar con Mia. Si te demanda, seguirás adelante.

―Hay posibilidad de que...

―No la hay ―me interrumpió. Alcé mis cejas, incrédulo, y él miró a mis amigos―. Joder, este tío es tonto.

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora