Capítulo 27. Indomable.

375 69 21
                                    




«Indomable»

Caelum

    —Es tarde —reclamó la voz de Cassida en cuanto puse un pie en Paradwyse

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Es tarde —reclamó la voz de Cassida en cuanto puse un pie en Paradwyse.

—Lo sé —acepté con aburrición—. Te recompensaré. Tal vez podrías quedarte esta noche, si tú quisieras.

La diosa y Malik alzaron sus cabezas de golpe, la primera con una mirada depredadora que llevaba meses persiguiéndome. El segundo, juzgándome en silencio.

—¿Qué pasó? —exigió mi amigo.

—Nada, fue un gran día. Los niños están bien y muy pronto el entrenamiento rendirá frutos.

Ni una de mis palabras fue mentira, pero mi desasosiego no nacía de ellas. Aún tenía impregnado en la nariz el olor de las velas de canela que salía de la habitación de Estrella. Ella no se dio cuenta de lo que le esperaba esa noche o tal vez fingió no hacerlo por cortesía hacia mí, pero de todas formas la imagen de ella —su cuerpo desnudo siendo iluminado solo por las luces provenientes de esas velas— me estaba torturando dolorosamente. Porque no sería yo quien contemplara, probara y adorada ese cuerpo, era otro macho quien en este mismo momento estaba con ella. Haciéndola suya, porque hace mucho que Estrella ya no era mía.

Reprimí un gruñido de desesperación y evalué a Cassida con nuevos ojos. Ojalá ella aceptara mi propuesta, puesto que no quería estar solo esa noche. Necesitaba sacar a cierta pelirroja de mi sistema de una vez por todas.

La diosa olió mi desesperación, lo supe cuando sus ojos brillaron como amatistas y su sonrisa se ensanchó, rápida y ágil como una serpiente. El vestido de gasa que traía puesto ese día prácticamente era transparente y mis ojos la recorrieron con un descaro que no me molesté en disimular.

Malik bufó.

—Haz el traslado para que me largue de aquí, no quiero escuchar sus puercadas.

—Puedes unirte siempre que quieras —le recordé, encogiéndome de hombros.

—No estoy tan desesperado —atacó fríamente.

Fue un golpe bajo, porque yo sí lo estaba y él lo sabía, pero no me molesté en explicarle por millonésima vez que Estrella había elegido a alguien más y ahora todo mi esfuerzo estaba enfocado en respetar su decisión. Le había suplicado que no se casara y no sirvió más que para despedazarme por dentro. Y, a fin de cuentas, ella me había aconsejado que yo también siguiera adelante.

Tenía que dejarla ir, por el bien de nuestros hijos. Eso era lo que ella me había pedido: ellos nos necesitan, Cael. A los dos. Hagamos esto por ellos. Seamos fuertes por ellos.

Entendí perfectamente el detrás de esas palabras: Estrella y yo no podíamos pelearnos u odiarnos, tal vez ya no éramos una pareja, pero necesitábamos seguir siendo un equipo para mantener a Evan y Cielo a salvo. Para seguir protegiendo a nuestros niños.

Féryco 3. Caella. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora