Capítulo 44. Todo tiene su precio.

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«Todo tiene su precio»

Estrella

«No quiero volver a Paradwyse

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«No quiero volver a Paradwyse. No quiero volver a separarme de ti, ni de ellos»

Me senté en la cama de golpe, con la respiración acelerada y sudando frío. Las sábanas estaban enredadas en mis piernas y las pateé con furia para liberar mi cuerpo, en cuanto lo logré pegué las rodillas a mi pecho y restregué mi rostro con mis manos, intentando sacudirme aquella horrible pesadilla.

Un sonido estrangulado emergió de mi garganta al recordar las imágenes de Evan y Cielo siendo consumidos por su magia. A Caelum siendo descubierto por los ángeles. Al Concejo separándome de mi esposo y de mis hijos, encerrándolos para siempre lejos de mí.

No sucedió. Nada de eso sucedió, los cuatro estamos bien.

Apoyé mi frente sobre mis rodillas, concentrándome en respirar. Noté que las palabras de Caelum pesaban sobre mi alma, él me dijo que no quería volver a Paradwyse y yo no lo impedí, lo dejé marcharse completamente solo para seguir cumpliendo con una condena injusta que lentamente nos estaba desmoronando a los dos.

Cubrí mi rostro y lloré, pensando que me merecía esto. Despertar de una pesadilla y estar completamente sola sin ningún consuelo, me lo merecía por dejarlo volver a una cárcel.

Porque eso era Paradwyse para él.

Traté de reprimir el llanto y limpié mi rostro, respirando de nuevo para tranquilizarme. Solo fue un mal sueño, me repetí a mí misma una y otra vez, pero el hecho de que Caelum no estaba a mi lado no se podía ignorar.

Me puse de pie y me estremecí al sentir el suelo frío, pero en una extraña manera aquello me devolvió a la realidad. Estaba en mi habitación, solo con la luz de la luna llena entrando por la ventana e iluminando la noche. Las lágrimas también se enfriaron sobre mi cara y froté mis ojos, luchando contra el miedo y el cansancio.

Ni de chiste lograría dormir de nuevo, aún sentía el eco del horror tensando mi estómago. En silencio, salí de mi cuarto y crucé el pasillo. Evan y Cielo se encontraban sumidos en un sueño profundo, así que ni me escucharon entrar ni presintieron mi mirada cuando me recargué en la puerta y me quedé ahí, escuchándolos respirar.

Caelum los había acostado en camas distintas antes de irse, porque últimamente se pateaban por la noche y se molestaban el uno con el otro, así que queríamos evitar más peleas. Eso me arrebató una pequeña sonrisa y comprobar que los dos estaban ahí, conmigo, fue de gran ayuda para terminar de tranquilizarme.

Me acerqué primero a la cama azul: la de Evan. Mi hijo estaba recostado de lado, con la boca semi abierta y un hilo de baba machando la almohada. Me aguanté la risa y enderecé un poco su cabeza, acariciando a la vez su cabello negro y desordenado. Él cerró la boca, mas no despertó.

Féryco 3. Caella. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora