Capítulo 45. Tú eres el arcoíris.

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«Tú eres el arcoíris»

Caelum

El hermano mayor de Estrella fue quien me avisó que ella se encontraba en una reunión de Sunforest y que los niños ya habían comido

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El hermano mayor de Estrella fue quien me avisó que ella se encontraba en una reunión de Sunforest y que los niños ya habían comido. El día anterior, antes de marcharme de vuelta a Paradwyse, habíamos acordado que pondríamos a los niños a prueba para descubrir si mi teoría acerca de la magia de los Siete era cierta, así que me desconcertó no tenerla conmigo.

Sin embargo, un trato era un trato y como yo no sabía cuánto tiempo le tomaría volver, decidí comenzar con lo acordado y llevé a nuestros mellizos a las praderas, lejos del palacio y del resto de las hadas.

Caminamos cuesta arriba siguiendo el camino del río plateado y brillante por el sol, que estaba en su punto. Poco a poco, los días en las praderas se volvían menos cálidos y más frescos, pero justo hoy un clima agradable acompañaba la tarde y se antojaba estar fuera.

Cielo se veía adorable con sus dos coletas bajas adornadas con enormes moños dorados, muy parecidos a los que Estrella solía vestir cuando era niña. Su vestido amarillo estaba manchado de pintura azul, lila y rosa.

    —¿Qué estuviste pintando, hija? —pregunté con curiosidad.

Alzó su rostro para mirarme, su sonrisa combinaba con esos vivaces ojos plateados. La misma sonrisa de Estrella, sin duda.

    —Un arcoíris —respondió con mucha seguridad.

    —¿Te gustan los arcoíris?

    —Mucho —asintió con determinación—. Son bonitos, me recuerdan a tus ojos.

Acaricié su cabeza con cariño.

    —Tus ojos también son bonitos, a mí me recuerdan a las estrellas de la noche. Si tú quieres podríamos pintar las estrellas juntos, a mamá le gustará.

    —Pero dijiste que hoy debíamos entrenar —replicó, visiblemente confundida.

No estaba listo para la tristeza que sentí, yo quería hacerlo todo con ellos: entrenar, jugar, pintar, comer, cantar, bailar, dormir, tocar música... pero nunca había tiempo suficiente. Sin mencionar que apenas me quedaban unos cuantos minutos al día para estar con Estrella, a solas.

    —Lo sé, y debemos hacerlo —afirmé, era muy importante no saltarnos este entrenamiento—. Tal vez podríamos pintarlas más tarde... o mañana.

Cielo no pareció molesta ni enfurruñada, lo cual agradecí en silencio.

    —Está bien —accedió tranquilamente.

La paz que Cielo solía transmitir se me antojaba mágica, tal vez era un talento que estábamos sobrevalorando y tenía mucho potencial. Evan, por el contrario, derrochaba energía en cada paso que daba junto al río, tan solo un par de metros más adelante que nosotros. Sus alas eran visibles a pesar de que no volaba, simplemente parecía que necesitaba estirarlas, sentirlas, percibir el constante peso en los músculos de su espalda.

Féryco 3. Caella. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora