El volver a casa

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Entre la inmundicia y los restos de la sociedad, me alzaba, inmutable, bajo el ardiente sol del triste infierno. Lúgubre por naturaleza y muerto por elección, donde los gases que emanaban de las montañas de cadáveres ardiendo te ciegan la vista y te nublan el cerebro. Vago en busca de la sombra de un ciprés triste que llora hojas por la muerte de su mundo, a mi espalda me acompañan los lamentos de los que aún viven pero desearían no hacerlo. Y allá, en mi frente, se encuentra mi tumba, recién escavada por unas manos familiares, las mías. Me arrastro hacia allí, con la funesta intención de descansar para siempre, pero mi espíritu, desaparecido antaño, me empuja fuera de las garras del abismo. Me escupe y me grita, me golpea y me súplica, se arrodilla ante mí y descubro al azar la mirada a un joven caballero de sucia armadura, de espada corroída por el óxido de los años, un caballero caído. Le miró a los ojos y en ellos encuentro lágrimas y sangre, lágrimas por mí y sangre de él. Me ofrece su espada, y de repente el epitafio de la tumba a nuestro lado cambia, ya no se encuentra mi nombre sobre ella, si no el de él. Agarro su espada, se siente bien en mis manos, y con un último suspiro, se lanza q la tumba que yo debería haber ocupado

El Diario de GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora