nueve

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Querido Nicholas,

Hoy sucedió algo maravilloso.

Hoy sucedió algo horrible.

Me desperté como de costumbre, después de una noche de tranquilo sueño, de las pocas que he tenido desde que regresé a la ciudad. Recuerdo perfectamente soñar con un claro de luna y una caricia suave sobre el mentón. No recuerdo lo que se siente el afecto.

Llamé a Albert, hice café. El café se me antojo amargo, como si mi estómago siguiera rechazando ciertos sabores y ciertas texturas. Me puse ropa sencilla, de la que no me quedaba tan grande. Aminoré el paso hasta la universidad porque me sentía ansioso. En este nuevo semestre, elegí un curso optativo de Cálculo avanzado.

La multitud estaba ya entrando para cuando me acomodé al frente del salón. Por suerte, no éramos demasiados. A lo sumo unos quince, y no conocía a nadie.

Entonces entraron dos hombres. El maestro inicial de Cálculo, que lo recordaba perfectamente después de sacarme tantos dolores de cabeza, y otra persona. Un hombre alto, enorme. Vestido de negro, con unos hombros anchos. Llevaba una gorra, pero su cabello era dorado como el oro. Una tupida barba del mismo tono ocultaba levemente su rostro.

Se me hizo conocido en aquel momento. No podía ver sus ojos. En lugar de dirigirse a la multitud, o a algún asiento, colocó su mochila en el escritorio principal y comenzó a conectar una computadora al proyector. La voz del maestro me sacó de mi pequeña ilusión.

—Buen día, estudiantes. Como sabrán, este curso es opcional, pero espero de ustedes toda la responsabilidad y compromiso. Para mi comodidad, le he pedido a uno de mis mejores estudiantes que trabaje conmigo como profesor de apoyo. Les quiero presentar a Nicholas Duarte.

Entonces el mundo dejó de girar. Se cayó mi cordura al suelo como quien baja el telón de un solo golpe y de repente la obra ha comenzado. Suenan aplausos, pero no es cierto. Son mis latidos. Es mi corazón que no puede con tanto, es toda la vida contenida en mis venas que quiere salir a gritos a manchar este momento.

Me duele la cabeza de repente. Y cuando diste la vuelta me sentí estúpido por no darme cuenta de que se trataba de ti. Pero te ves tan diferente...Joven, y mayor al mismo tiempo. Han pasado tres meses, noventa días, siete horas, cinco minutos. Lo sé porque solía contar el tiempo para verte. Estamos separados y este circo nos ha unido. Siento que suena música pero no es cierto. Quizá son lamentos.

No lo puedo creer, no lo quiero creer. Miras hacia todos lados, hasta que te encuentras conmigo. Y en vez de palidecer, te sonrojas. Sonríes. No te he visto sonreír muchas veces, han pasado meses desde que esa sonrisa solía darme luz. Casi quema otra vez. Sonríes mientras yo me la he pasado llorando. No es justo.

Chris tenía razón sobre ti. Pareces otra persona. No recuerdo que esos brazos enormes fueran los que me sostenían en algunas noches. La ropa parece amoldarse a ti, y aunque me sentaba en tu regazo con regularidad, estoy seguro que tus piernas no tenían esos músculos. Casi me siento avergonzado de lo bien que te ves, cuando yo no he hecho más que bajar de peso.

Sigues observando, ¿Por qué no paras? ¿Qué puedes ver en mí? Seguramente un vacío. Un alma rota que está en silencio.

Y tú rostro...Los mismos ojos, solo que ahora adornan a una cara preciosa. Antes solías dar miedo, pero ahora...es como si fueras inevitable. El vikingo de un arte antiguo. Esas historias hablaban de ti. La tupida barba... el color en las mejillas.

Siento unas ganas enormes de golpearte, de arrancarme la piel si lo hago.

Me sostengo con fuerza en la mesa y apartó la mirada. Maldito sea yo que me coloque delante. En la fila de fusilamiento. Por favor, dispara.

Querido Nicholas,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora