¿y si no es ahora, ¿cuando?/el maldito listón negro.

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A las tres y media de la tarde me tomé otras dos aspirinas y me lancé agua a la cara con la intención de alejar de mi cuerpo la horrible resaca que tenía. Había bebido demasiado, estaba borracho a tempranas horas de la noche. Había llamado a Mateo.

Escribí a Katharine varios mensajes. Como siempre, estaba enojado al principio y después le pedí perdón por no ser suficiente como para que se quedara. Nunca supe si había hecho su camino de regreso a Londres, o si solamente había mentido para asegurarme que había puesto tierra de por medio. Desde entonces, repudiaba la idea de volver a Londres tan siquiera a visitar a mi madre, me fastidiaba tener el acento de aquel lugar y que al escucharme a mí mismo a veces recordara la manera en la que solíamos burlarnos un poco de los americanos. Suspiré y me miré al espejo, tenía los ojos levemente empequeñecidos y estaba ojeroso. ¿Cómo iba a ayudarle a Mateo en este estado? Era cierto que en parte todo esto era una excusa para acercarme a él, pero en el fondo también me gustaba la idea de ayudarlo.

Suspiré. Me cortaría el cabello en la noche y me quitaría los restos de barba, ya estaba empezando a picar y esa sensación me generaba ansiedad. Miré el reloj por ultima vez y caminé hasta la biblioteca. Me senté en un lugar levemente apartado y ojeé los libros que había llevado, eran de mi primera clase de cálculo, la misma con la que Mateo tenía problemas.

A las 3:55 lo vi entrar por la puerta con una camisa negra de Scorpions y las mismas gafas del día anterior. Tenía el cabello mojado y se quedó quieto observando el lugar antes de encontrarme. Cuando me vio, se notaba nervioso, intranquilo. Alcé la mano para indicarle el lugar y el empezó a caminar hacia mí. Respiraba con dificultad para cuando se sentó y al analizarlo, me di cuenta de que llevaba la misma colonia que el día anterior, olía a bebé.

Se sentó frente a mí, con una mesa de madera entera de distancia entre nosotros. Sonrió, yo me permití observarlo desde más cerca. Tenía los ojos oscuros, grandes, las pestañas largas y negras. Mateo tenía una apariencia extremadamente curiosa. Tenía ciertos rasgos afilados, tan finos que casi rozaban la feminidad, pero un par de caracteres masculinos también. Era una combinación tan armónica como una pieza de piano.

De repente me di cuenta de un detalle que me descoloco. Llevaba en el cuello un listón negro. Basado en mi desconocimiento, parecía un listón. Algunas personas dirían que era una gargantilla, o lo que fuera. Había visto ese tipo de accesorios en un par de chicas, pero nunca le había prestado mucha atención hasta que lo vi en él. No supe explicar como me sentí, pero de repente su cuello era todo lo que yo podía observar. De repente me pesaba demasiado esta mesa de distancia entre nosotros, yo lo único que quería era meterme en su cuello, tocarlo, marcarle mis dedos en la nuca de la misma manera que ese listón negro hacia que esa parte de él resaltara tanto. Era apenas un detalle, pero yo me encontré a mi mismo casi hipnotizado por la combinación de algo sumamente femenino en el cuerpo de este chico, algo que se quitaba y se ponía. Admito que el pequeño detalle se robó mi tranquilidad y por unos minutos, todo lo que pude hacer fue observarlo. Sentí como me crecía una erección en los pantalones, por alguna razón me parecía un detalle demasiado erótico, me puso a fantasear y a imaginar cosas. Reaccione a un pequeño detalle como ese sin que Mateo me pusiera un dedo encima, pero la tela del pantalón me estaba empezando a lastimar el pene.

¿Acaso no sabía la imagen que proyectaba? ¿Qué acaso yo era el único hombre que se descontrolaría por verlo así? Seguro que no. Era como combinar la fragilidad con un arma mortal. ¿Lo había hecho a propósito? No lo creía. Y eso era lo más caliente de todo esto, que Mateo no sabía cuánto yo estaba disfrutando de ver ese lazo amarrado a su cuello, de ver su rostro enmarcado por una pizca de erotismo. Me concentré en recuperar la respiración, la lucidez. Si seguía actuando así, finalmente él iba a terminar dándose cuenta de lo que caliente que me ponía antes de tiempo.

Querido Nicholas,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora