continuar con la masacre/sigue las gotas de sangre.

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El sonido llegó después de las doce de la noche. Cuando estaba empacando ropa interior y una camisa para dirigirme a la casa de Mateo. Llevaba varias noches allí, y de alguna manera el cambio era casi inmediato. Estaba recuperando el color y tenía la mente despejada gracias a finalmente poder dormir. A su lado, el sueño me arropaba y no sentía la necesidad de tomar cantidades absurdas de alcohol para menguar el dolor. No había escuchado aquel sonido en meses, y cuando finalmente atravesó mis oídos, no lo reconocí.

Deseaba haberlo olvidado.

Pero cuando lo recordé, supe que dolería para siempre.

El sonido especial del número registrado de Katharine. Eran las doce menos cuarto, una hora que tendría presente por el resto de mi vida. Cuando me acerqué el teléfono a la oreja, temblaba espasmódicamente y me senté para mantener el equilibrio. Luego, su voz.

—¿Nick?

—¿Kat?

Un suspiro, mi vida entera exhalada en bocanadas suaves de aire. Imaginé su boca pintada de rojo, su piel blanca y el cabello negro. Todo contrastes. De repente revivió dentro de mí y eso aniquiló muchas cosas buenas en mi sistema.

—No pensé que estuvieras despierto —susurró. Y su voz me volvió a nublar los sentidos y me convirtió en algo inexacto.

Me aclaré la garganta.

—¿Qué necesitas, Katharine?

—Decirte que lo siento.

Las lágrimas, el aire, las paredes, el mundo se agotó bajo sus palabras. Mil escenarios recorrieron mi mente cada segundo.

—¿Lo sientes?

—Lo que te hice no está bien.

—Me abandonaste.

—Me enamoré —contraatacó. Hubo pena en su voz, como si le doliera. —No puedes castigarme por ello toda la vida.

—¿Eso qué significa?

—Que tienes que detener los mensajes.

Pero yo llevaba meses sin mandarle un solo texto. Mis palabras y mi dolor, lentamente, habían dejado de pertenecer a ella. Y eso era lo que la molestaba. Como siempre, no estar al mando, no tener el control exacto de las cosas como y cuando deseaba. Ahí recordé lo filosa que era, solamente, cuando reabrió la herida para hacerme sangrar de nuevo. Lo que quieres es seguir las gotas de sangre, Katharine.

—Continuar la masacre.

—¿Disculpa? —respondió.

—Lo que quieres es continuar la masacre.

Se sorbió la nariz, quizá había estado llorando, pero no me sentí conmovido. Miré las cosas en mi mochila, recordé los ojos grandes de Mateo, sus brazos pequeños y los besos furtivos que habíamos comenzado a compartir. Seguía teniendo en la mano el teléfono y por eso no podía irme aún.

—Nunca he querido hacerte daño, Nicholas.

—Pero lo hiciste. Y yo, dejé de mandarte mensajes hace mucho.

—¿Te has olvidado de mí?

—Vas a casarte.

—Siempre te negaste al matrimonio, Nick.

—Me habría casado contigo, Kat.

—Es tarde —dijo, el bullicio detrás de ella me decía que quizá se encontraba en la calle. —Debo irme, por favor no sigas buscándome.

Querido Nicholas,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora