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⚠️Esta parte de la historia contiene violencia de género e insultos no deseados. Leer bajo propio criterio. Yo no apoyo estas situaciones pero deben salir en la trama.

YARON.

Las calles estaban oscuras a causa de una gran nube gris, pronto iba a caer tormenta, se veía en el olor a tierra mojada.

Mi cara estaba empapada de barro, mi estómago rugía altamente, debajo de mi vientre esquelético.

Estaba tumbado en medio de cartones, el frío congelaba cada uno de mis huesos, tenía una manta agujereada y sucia. Es lo máximo que podría tener para camuflarme de no coger una hipotermia.

—Una limosna, por favor señor —rece para que me diera un dólar, aunque fuera para comprar un bocadillo.

Niño, deberías estar en un orfanato, no aquí muerto del asco —pego una patada al vaso donde había tres centavos.

Solo tenía cinco años joder, como la gente podía tratar así a un solo niño. El odio se instauraba cada vez en mi pequeño y herido corazón.

Pronto la lluvia empezó a caer, dejando que me empapara. Las personas empezaron a correr alertadas, para refugiarse lo antes posible en sus casas.

El cielo se lleno de relámpagos, los truenos rebotaban con fuerza, tanta fuerza que casi revientan mis tímpanos. Los rayos no tardaron en cruzar y hacer figuras varias.

Ya no quedaba nadie fuera. Un rayo cayó al suelo a mi lado.

Me despierto sudando, agarró fuerte las sábanas blancas frustrado. Paso la mano por la cicatriz de la pierna.

Recordándome que fue verdad, que nada de la pesadilla había sido solo un mal sueño.

Ingreso en la ducha con rabia. Golpeo los azulejos con furia, y dejo que los puños se llenen de sangre.

El agua fría empapa cada poro de mi piel. Por mi boca no para de salir improperios. Hasta que explotó y grito.

No se porque me sigue afectando tanto ese momento, el diablo no tiene sentimientos ni remordimientos.

—Señor se encuentra bien—interrumpe una de mis sirvientas.

Salgo de la ducha sin preocuparme por mojarlo todo. La sirvienta se queda estática y al llegar a donde ella está, la agarró del cuello presionando con fuerza.

—Nena, llevas aquí un año, no has aprendido que no se debe molestar al señor—grito contra su cara.

—Perdón...—intenta respirar pero le estoy cortando poco a poco el oxígeno.

—Desnúdate —digo separándome de ella.

Lo hace sin rechistar y a la velocidad de la luz. No voy a tolerar que me haya desobedecido.

Es la última sirvienta que añadí a mi plantilla, sus padres la abandonaron cuando se quedó embarazada de un drogadicto. Se metió en un prostíbulo para poder alimentar a su hijo. Desgraciadamente tuvo un aborto espontáneo y quiso salir de allí y volver a casa. Pero no la iban a dejar salir tan fácilmente.

AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora