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YARON.

Entro en las dependencias de el señor Roberts, uno de mis mayores enemigos en la competencia de coches.

No me tienta la mano al entrar en la sala donde contiene todo los coches, doy una sonrisa diabólica.

Mis hombres han comprobado que nadie está en todo el edificio, los guardias están profundamente dormidos con gas.

Roberts, no solo es uno de mis enemigos en Zurich, si no es mundial. Las pocas compañías que venden coches aquí solo llevan un rango estrecho de ventas. Pero él es mi competencia. Cada año le triplicó en ventas pero, este año me he descuidado demasiado.

Estoy lleno de rabia, puede que le esté dando mi cabeza en bandeja, pero no puedo permitir que sea mejor que yo.

Saco las uñas de metal y las paso por el metal del coche, haciendo rayas bastante pronunciadas, realmente levantó la pintura.

El destrozo me pone hasta cachondo, con la misma punta rajo las ruedas, deben costar millones estos coches.

Cuando estoy demasiado convencido, salgo de allí limpiando todo rastro de mi presencia allí, mis hombres borran todo lo relacionado con cámaras de seguridad y colocan una imagen estable de la escena. Es como si las cámaras no hubieran presenciado el desastre.

Conduzco a toda pastilla por las calles, que por suerte no están con mucho tráfico.

Tengo otra parada, que me pone aun más contento, el cementerio.

Aparco el coche quitándome la máscara, cuando estoy en la verja  abro el candado a la fuerza.

Llevaba mucho, por decir desde que murieron sin aparecer por aquí.

Me adentro en la oscuridad y en la sombras que reflejan las tumbas a la sola luz de las velas y de las farolas de fuera que alumbran el recinto.

Llego a la lapida compartida, mis padres enterrados allí.

—¿Estas contento padre?, tú me hiciste así —río y me permito leer su nombre.

—He podido seguir con tu legado como tú querías, he superado tus expectativas, padre, soy mejor y más poderoso que tú —muevo las hojas secas con los pies distraído en mis pensamientos.

Mis ojos, enfocan una luz blanca cegadora, mientras abro los ojos, soy consciente del dolor en mis costillas, de que tengo algo clavado en el brazo, y que un pitido nada bonito suena y se cuela a través de mis tímpanos.

Logró ver todo lo que me rodea, un hospital. Estoy en un maldito hospital, el pánico me aterra, no puedo pagar ni un centavo de mi estancia aquí, tengo que salir ya, si no quiero tener una deuda que no puedo pagar.

Agarro la vía he intento tirar de ella.

Yo que tú, no haría esouna enfermera de piel pálida, pelo rubio liso,  con los ojos claros como el cielo entra en mi visión.

Me tengo que ir de aquígruño adolorido intentando deshacerme de todo cable, con un dolor que me tortura al moverme.

Lo siento pequeño, pero no te vas a irme dedica una sonrisa y se acerca a colocar de nuevo los cables en su sitio.

No tengo dinero para pagar los tratamientos, y no quiero tener una deuda de por vidaexplicó volviendo a moverme inquieto.

No te preocupes, el centro acogida se ha hecho cargo de ti–sonríe dulcemente.

No voy a ir a ese sitio por que tú lo digasla miro enfadado y rabioso.

AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora