REVELACIÓN

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ROSANA

—¿¡Te cogiste a Mario Vega!?

Lilian e Ingrid me miran desde el otro lado de la mesa, exclamado así por mis amigas el hecho parece muy extraño.

Bien. Es demasiado extraño.

Llevo contándoles lo mucho que odio a mi vecino y lo que daría por hacer que se fuese del departamento. Mario me debe muchas horas de sueño y de estabilidad mental.

Si eres ruidoso como el carajo y tienes la tendencia a dejar basura fuera de tu puerta, no vivas frente a una TOC.

—No me lo creo, no me lo creo.

Lilian me mira entornando los ojos, como queriendo inspeccionarme mejor bajo un microscopio y la verdad es que después de eso tampoco me reconozco.

Pero no me voy a avergonzar por haber tenido el mejor sexo de mi vida.

—¿Cómo fue?

Ingrid lanza la primera pregunta y me siento mal por estar hablando de esto, las mujeres recriminamos a los hombres cuando hablan de las intimidades de pareja, pero Mario no es mi pareja, así que doy un último sorbo a mi café.

—Tengo una pregunta mejor ¿por qué fue? No lo entiendo, no entiendo un carajo.

Estamos solas en la cafetería, hace una hora que cerramos e incluso con eso Lilian voltea a todos lados y baja la voz.

—¿Él la tiene grande?

Siento que me estoy sonrojado, mi lengua recorre lentamente con la punta mi labio inferior y veo la expresión de mis amigas, abriendo los ojos y poniendo una perfecta O en sus bocas cuando me muerdo el labio.

—Lo sabía, te lo dije Ingrid ese hombre tiene la pinta.

Sé que he estado sonriendo como una tonta.

Eso es lo que el buen sexo hace, te da energías, te revitaliza.

—¿Planeas decir algo o te comió algo más que el coño?

Ingrid no suele decir las cosas tan directas. Pocas veces la he escuchado decir una grosería o referirse al coño como algo más que vagina, palabras muy técnicas. Ella es todo un pastelito.

Así que esta es la prueba contundente de que todo en mi vida se ha ido al carajo y se ha puesto patas arriba, porque jamás imagine estar sonriendo por Mario, ni imagine entrar a su casa, mucho menos a su habitación ni estar en su cama.

No hablemos ya de abrirle las piernas y permitir que sus dedos, su boca y todo él me dieran orgasmo tras orgasmo, ni siquiera sabía que era capaz de hacerlo, tres era mi máximo. Y los había alcanzado únicamente con mis juguetes.

—Iba a gritarte por ponerme una posición así.

Mi mirada pierde el brillo y se convierte en una mirada acusadora cuando la dirijo hacia Lilian.

—Primero me dejas con él cuando estoy más vulnerable, eso es demasiado irresponsable de tu parte. Hasta donde sé tengo suerte de que Mario no sea un...

Ni siquiera puedo decir la palabra, lo acusé de eso una vez y todavía me siento terrible.

Incluso cuando mi forma de pedirle perdón fue tan exquisita que terminó en mi boca.

—Después me dejas sin las llaves de mi departamento. Debería también ofenderme por eso, pero dado que me dio una buena noche de sexo y no gracias a la terrible cita a la que me hiciste ir, lo dejaré pasar.

Lilian se remueve en su asiento, mordiéndose el labio inferior con remordimiento.

—Lo siento, lo siento. No quise, yo no quería exponerte al peligro, pero Mario él fue considerado, ya te lo he dicho. No estaba ebrio, no había fumado como sus amigos, él parecía estar siempre pendiente de ti. Le vomitaste encima y él ni siquiera te maldijo.

Lilian no me había contado esos detalles ni cuando le reclamé la primera vez, un día después de haber amanecido con Mario en la cama, ni los días que siguieron a eso.

Mario se había portado bien conmigo a pesar de todo lo que yo le había dicho por detalles tan nimios como esos.

Cada vez que miraba hacia atrás, me sentía peor conmigo misma.

Me veía como una loca enfureciendo por detalles tontos.

Demasiado arrogante.

No puedo ni imaginarme lo que Mario podría haber pensado de mí. La loca que vive al lado gritándole por la música alta, la basura derramada. Detalle tras detalle.

Me llevo las manos a la cara, apretándome ligeramente los ojos.

—Bueno, ya nos quedó claro que Mario es buena persona, pero cómo es en la cama.

Ingrid vuelve al ataque, todos nos echamos a reír.

—Solo les diré una cosa. Es el mejor sexo que he tenido.

Ellas gimen de placer.

—Vamos, niña, queremos los detalles.

—No se los diré.

—Ay, por dios.

Se quejan las dos.

Podría haberle contados los detalles sucios, podría haberles dicho todo lo que Mario me dijo al oído, todo lo que su lengua me hizo, pero me siento con ganas de quedarme esos detalles solo para mí, para revivirlos después.

Una buena imagen de su verga, la sensación de la misma.

Y sé que eso solo quedará en mi memoria porque de ninguna manera pienso volver a su cama.

No por la rivalidad que antes creí que teníamos, sino porque sé que tarde o temprano seguir con ese juego terminará haciéndonos daño, hará que nos sintamos incómodos.

Me levanto de la silla para llevar la taza y los platos de la cena que Ingrid nos preparó al fregadero de la pequeña cocina.

Cada vez que veo este lugar me siento orgullosa del logro que hemos tenido. Ingrid y yo vertimos todos nuestros ahorros en esto.

La renta de la mitad del edificio fue una ganga para estar en una de las mejores zonas y por lo tanto una de las más caras.

Prácticamente todo estaba mal diseñado. Desde la distribución de los espacios hasta la indecisión de la dueña. No sabía si convertir este lugar en un edificio de departamentos o de oficinas y había creado una mezcla de ambos que había resultado desastrosa para cualquier comerciante.

Ingrid y yo le habíamos visto potencial y nos habíamos peleado por intentar ponernos de acuerdo si la librería iría en el segundo piso o en el primero.

Al principio teníamos nuestras dudas. Una cafetería y una librería juntas era demasiado cliché para funcionar. Pero tampoco podíamos hacerlo separadas.

Así que fusionamos el concepto más amado por los lectores y les dimos un lugar que pudiera sentir cómodo.

Siempre fue demasiado introvertida, tengo pocas amigas, porque a pesar de ser amable no soporto a mucha gente.

Me gusta la soledad, el silencio, mantener todo en orden, esa es mi vida.

Y a pesar de eso, salir sola a la calle siempre me había dado inseguridad. Que otras personas me vieran sola.

Me sentía juzgada cuando me acercaba a cualquier cafetería con un libro en la mano, todos me veían como el bicho raro, el grupito de amigas siempre se reía a carcajadas arruinando la paz del lugar y yo estaba allí, con la nariz metida hasta al fondo en las letras.

Quería darle eso a las personas como yo. Un lugar donde disfrutar de leer y beber sin ser juzgados. La libertad de sentirse solos y estar bien consigo mismos por eso.

Veo a mis amigas conversando, intentando adivinar todo mientras ordenan y limpian el lugar.

Y me siento afortunada de tenerlas, solo somos ellas y yo.

—Ya dinos.

Me suplica Lilian cuando yo termino de lavar los platos de la cena.

—Ese será tú castigo.

—¿Y por qué me castigas a mí? —la queja de Ingrid me hace reír. 

El chico de al lado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora