EPÍLOGO

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ROSANA

Tres años después.

Una risa infantil llenó la habitación haciendo que mi corazón brincara de emoción, la niña corría alrededor de mi sofá intentando alejarse de Mario que la perseguía tan lento como podía. Sofía, intento esquivar las enormes manos que se estiraron hacía ella emitiendo un chillido de diversión tan agudo que podría ser de lo más molesto, sin embargo, solo hacía que Mario se riera.

Su largo cabello ondulado se movió cuando cambio la dirección d es cuerpo de derecha a izquierda en una finta para engañar a la infanta que terminó apresada entre sus brazos.

Sofía pataleo entre risas, apenas podía respirar al verse apresada por el monstruo, la risa de Mario se mezcló con la de la bebé de dos años, y el sonido de una pedorreta en su vientrecito abultado que buscaba hacerle cosquillas provocó que Sofía se retorciera y riera todavía más.

Me dolían las mejillas de tanto sonreír por la escena, cerré el refrigerador sacando el jugo de uva que había resultado ser su favorito para servirlo en uno de esos vasos entrenadores de Hello Kitty.

—No madio, no madio, no madio —se queja entre risas la niña con su escaso vocabulario.

Debía ser todo el ejercicio que él hacía lo que le daba la energía para seguir el ritmo de la bebé, porque yo estaba totalmente cansada, y el anciano era él.

Me reí acercándome a la sala, Sofía estiró los brazos hacía mí, dándome besos llenos de baba cuando la tomé entre mis brazos.

—Rosita —la felicidad en su voz me derritió por completo. Llevábamos toda la tarde cuidando de ella, entré el vaso a su dueña que terminó por llevarlo a su boca con las dos manos, dejé un besito en su enorme cachete que me daban ganas de besuquearla y llenarla de mordiditas cariñosas.

Sofía era un amor, tenía la piel bronceada como la de su padre, los ojos enormes color café que se robaban tu corazón con unas pestañas espesas que despertaban suspiros de adoración, su sonrisa apenas dentada había adquirido el ultimo diente.

—Madio malo —se quejó señalándolo con un dedito gordo cuando él se acercó a mí, para abrazarme por la cintura.

—No sé de qué hablas pequeño monstruo, ella es mía.

—No, mía, mía, rosita mía —me abrazó por el cuello provocando que el vaso se voltease y quedara entre mis brazos y sus piernitas, el jugo comenzó a derramarse poco a poco, pero Mario lo tomo a tiempo para evitar el desastre.

—Ah no, no, no —yo me eché a reír cuando mi esposo comenzó a llenarme la mejilla de besos que hicieron que Sofía intentase separarnos.

—Esta niña es muy tóxica —me quejé bromeando.

La puerta fue tocada un par de veces antes de que Mario la abriese.

—¡Papi! —Sofía casi se cae de mis brazos cuando se lanzó al aire intentando llegar a su padre, Ignacio le sonrió a su pequeña —¡papi, papi, papi! —pataleo feliz de verlo.

—¿Cómo se portó la princesa? —dijo entrando para tomar a la bebé entre sus brazos, la niña lo abrazo con todas sus fuerzas, Ingrid apareció con las mejillas sonrosadas, y yo supe que nada tenía que ver la cantidad de escaleras subidas. Alcé una ceja, ella apartó la mirada de la mía, Mario también sonrió.

—¿Trabajando en un nuevo pastelito para el horno? —preguntó él alejándose rápidamente de una Ingrid que estuvo a punto de darle un manotazo, yo me eché a reír con fuerza.

—¿Pastelito? Yo quiedo —Sofía los miró con anhelo, Ingrid besó la mejilla de su hija.

—Aprecio mucho que la cuiden, pero dile a tu hombre que se calle —me dijo mi amiga con diversión.

El chico de al lado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora