GRITOS

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ROSANA

Tuve que cubrirme los oídos al escuchar los gritos de las chicas, ya habíamos cerrado, me reí al ver sus caras de incredulidad, recordando la noche en que les confesé que me había ido con él a la cama, pero esta vez, todo era diferente yo me sentía diferente, era la sensación de estar flotando en el aire y a la vez, de estar tan pegada a la tierra que no podía explicar a ciencia cierta.

Si me movía sentía a Mario a mi lado, aunque no estuviera presente, sentía el fantasma de sus besos del calor de su cuerpo, no era una sensación de anhelo, de extrañarlo como una loca, sino la certeza de saber que estaría ahí para mí en cualquier momento, que mi amor por él era suficiente, pleno, un descubrimiento que reconfortaba el alma.

No tenía el tiempo de extrañarlo hasta que me dolieran los huesos por tenerlo a mi lado, había tenido relaciones así de dependientes, de extrañarlo tanto que no sabía quién era si no estaba al lado de alguien y no me había gustado en lo absoluto, sentir que yo no era yo, si no tenía a mi pareja a mi lado.

Pero yo, era completamente yo cuando no estaba cerca de Mario, era completamente yo, cuando estaba junto a él. Dioses, qué me había echo ese hombre para hacerme sentir así, tan plena y segura, tan amada y adorada, porque, aunque él no me lo dijera con palabras, me lo había demostrado ayer después de que mis padres se habían dio, con besos y caricias, con sus ojos color miel que me miraban e irradiaban paz, amor, bondad. Felicidad.

Negué rápidamente.

—Basta, me van a romper los tímpanos.

—Tienes que contarlo todo ¿qué pasó? ¿Cómo pasó?

Mis amigas se acomodaron como si estuvieran perfectamente sincronizadas, yo terminé de comerme la baguete, de él solo quedaban unas cuantas migajas en el plato, Ingrid dio un trago a su refresco.

—Fue, emocional, supongo —me mordí el labio para procesarlo —. Fue una noche muy extraña, estar con el padre de Mario, en la casa en que él creció, me sentí un poco incómoda en la fiesta con todas esas personas queriendo acaparar la atención, yo era como un mono en exhibición —me encogí de hombros —, pero a la vez, vi esa faceta de Mario que jamás creí ver, chicas es que él —solté el aire mordiéndome el labio inferior — ¿les conté que perdió a su mamá? —ellas negaron —bueno, quizás no debería es una parte de vida muy de él, incluso cuando salió en los periódicos en su momento.

—No creo que nunca de nosotras haya leído un periódico en su vida, Rosana —interrumpió Lilian yo sonreí.

—El caso es que, Mario lo vio todo, vio el accidente, estuvo ahí y ha creído todo este tiempo que es su culpa, que él causo el desastre.

Las chicas suspiraron, sus caras pasaron de la excitación por cualquier migaja de detalles que yo pudiera darles a ponerse tristes cuando les conté todo, cada detalle de la noche, sabía que no debería exponer algo que Mario había confiado decirme solo a mí, pero esa emoción, todo eso me desbordaba tanto que sentía iba a hogar si no se lo decía a nadie, me lloraron los ojos por él nuevamente.

—¿Cómo puede creer que es su culpa era un niño?

—Lo sé —susurré, Ingrid me tomó la mano.

—Si me pongo en sus zapatos o al menos, lo intento —dijo Lilian por fin —sé que me sentiría igual de culpable, saber que cometí una locura imprudencial que llevo a mi madre a la muerte pesaría sobre mis hombros todo el tiempo, y a la vez, viéndolo desde afuera, los accidentes ocurren todo el tiempo, no necesitas lanzarte sobre la nieve para entender que cada paso que das es potencialmente una sentencia de muerte.

El chico de al lado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora