Capítulo III

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Llegué al jardín de la mansión y esperé hasta que llegó mi padre con uno de sus hombres, el señor Gilds, un señor cuyos antepasados han estado trabajando para mi familia desde hace varios años. Se supone es especialista en magias de otros seres, y también la persona que se encarga de instruirme y entrenarme "como es debido".

Abrí los ojos como platos al ver que ambos estaban trayendo a un animal bastante grande que no había visto nunca, y que parecía bastante enfurecido.

Esto va a acabar muy mal

— Buenos días, Iria— dijo el señor Gilds

— Buenos días, señor.

— Iria, hoy vas a enfrentarte a este ser — anunció mi padre, con una sonrisa un tanto extraña.

— ¿Y qué es este ser exactamente? — pregunté alarmada. Esa criatura estaba totalmente enfurecida.

— Es un hipogrifo — respondió amablemente el señor Gilds, mientras intentaba controlar a la bestia— Es una criatura híbrida, medio grifo y medio...

— Basta de cháchara — espetó mi padre — Hija, tendrás que conseguir que este hipogrifo se calme y se incline ante mi.

Padre no puede ser más egocéntrico porque no puede.

— Pero, señor — intervino el señor Gilds — Eso es muy peligroso, como comprenderá...

— Nada es peligroso para nuestra... gran estrella — respondió.

Me miró como si creyese que yo fuera capaz de hacer eso, que no lo era, por supuesto. Pero era mejor intentarlo que no hacerlo así que...

— Venga, no perdamos más tiempo — dijo mi padre — Suelta al hipogrifo, Gilds.

— Pero...

— ¡Suelta al hipogrifo!

Gilds obedeció, y me quedé observando al hipogrifo, el cual me miraba fijamente con desafío al mismo tiempo que intentaba identificar lo que sentía. Miedo e ira, estaba asustado.

Seguro que tu padre lo ha maltratado antes de que vengas.

Intente olvidarme de ese pensamiento y me concentré lo máximo que pude, sin quitarle la mirada de los ojos, para intentar sustraer la rabia que contenía y quedármela para mi.

De pronto, el reflejo de sus ojos cambió. Lo había conseguido, la pobre criatura ya estaba relajada, pero percibí un atisbo de rencor en ella.

No se va a inclinar, era obvio

Bueno, intentémoslo de otra manera.

Me empecé a acercar al hipogrifo poco a poco, con la mano delante, para intentar acariciarlo, y que así mi padre tuviese alguna prueba de que no iba a hacernos nada. Al final, conseguí quedarme a su lado y acariciarle un poco las plumas del cuello.

— ¡Oh, maravilloso! ¡Simplemente maravilloso! — exclamó el señor Gilds — ¡Fantástico Iria! Un trabajo magnífico.

— No es magnífico. No se ha inclinado — dijo mi padre, bastante molesto.

— Pero, padre, si no quiere, no puedo obligarlo a hacerlo.

— No me pongas excusas, hija. Escudarte te hace parecer débil — afirmó con dureza.— Ahora, mata al hipogrifo.

— ¡¿Qué?!

¡¿Cómo que matarlo?! Mi padre se ha vuelto loco, seguro. Eso explicaría muchas cosas. ¡No puedo hacer eso! ¡Yo no tengo el derecho de arrebatarle la vida a alguien!

Iria, sabes que es su vida o la tuya.

— ¡Padre, pero yo no soy capaz de matar a alguien! — Le respondí, intentando salvarle la vida a la pobre criatura.

— Señor, — intervinó Gilds — Con todos los respetos, ella no puede hacer eso, no tiene las habilidades necesarias. Adem....

— Claro que las tiene, así que más le vale hacerlo, o si no, sufrirá un castigo.

Empecé a marearme debido a todas las intensas emociones que transmitía mi padre. Estas pasaban por mi cabeza, y la golpeaban como si fuera un martillo, una y otra y otra vez.

Esto tenía que parar, tiene que haber una manera.

Iria es su vida o la tuya

Pero no puedo hacerlo, no soy capaz...

Tienes que hacerlo, no hay elección.

Pero...

¡SI NO LO HACES, TE HARÁ DAÑO!

— ¡Vale, ya basta! — respondí — lo haré.

— Muy bien, hija, muy bien... — murmuró mi padre, con una pizca de satisfacción — Muéstrame lo que sabes hacer.

Estaba temblando. No sabía como matar a alguien con mis poderes, no quería saberlo, pero es la única manera de que a mi no me pase algo malo después.

—Súmelo en la tristeza y el dolor absolutos... — me susurró alguien al oído.

Me sobresalte. No tenía a nadie al lado y esa voz me resultaba familiar, pero a la vez no la había escuchado nunca. Que extraño. Esa "voz" no era la mía, estaba segura. ¿Cómo sabía si decía la verdad?

Mejor que lo intentemos...

Me concentré, e intenté transmitirle dolor insoportable a la pobre criatura, esta empezó a sollozar; y yo también. Nunca me creí capaz de esto, pero tenía que hacerlo, era él o yo. Le transmití todo tipo de dolor, tanto físico como mental, como cuando pierdes a una persona especial en tu vida, y no sabes que hacer para seguir adelante...

De pronto, empecé a ver cosas sin sentido alguno...

Un bosque... Una mujer... Un resplandor verde... Sentí dolor, mucho más del que podría haber imaginado jamás. Era horrible.

De repente, me encontraba otra vez en el jardín, tumbada en el suelo. El hipogrifo estaba medio muerto, sollozando por el dolor que le había infringido, y a mi me dolía la cabeza horrores.
Vi a alguien acercándose a mí con rapidez.

— ¡Iria! ¿Está usted bien? — preguntó Gilds, con gran preocupación.

Alguien lo apartó de mi lado, y me cogió del brazo con más fuerza de la necesaria.
Mi padre me levantó con tanta rabia, que por un momento, creí que me había dislocado el brazo.

Oh no, esto va a doler.

— ¡Levanta! — estaba furioso — Ahora hablaremos sobre esto.

Me levanté debido a la fuerza con la que me tiraba mi padre del brazo, y me sequé las lágrimas con la otra manga de mi jersey. Mi padre estaba furioso, pero no era como un enfado típico de los de mi padre, estaba... ¿frustrado?¿por mi fracaso?

No te preocupes de eso, y prepárate para lo que te espera.

⋅Ataraxia⋅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora