Capítulo XXIV

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— Yo me voy. — dijo Sirius sarcásticamente, levantando las manos y levantándose del banco.

— Ah, no, no, de eso nada. — repliqué, poniéndole una mano en el hombro y empujándolo hasta que se sentase de nuevo. — Tú te quedas aquí, porque vamos a ayudar a tu prima.

— Gracias chicos… — murmuró Andrómeda, con una pequeña sonrisa y una gratitud enorme.

— Es una misión suicida, ¿Lo sabes, verdad? En cuanto lo descubran, te echarán de casa. — informó Sirius, preocupado.

— Lo sé, por eso tengo que esperar hasta salir de Hogwarts y que me den mi parte de la herencia. Cuando todo eso pasé, lo sabrán y da igual que me echen, conseguiré escapar y me iré muy lejos… — explicó. Miró hacia el techo, evitando nuestras miradas. Tuve el presentimiento de que algo iba mal y me centré en su mente.

Percibí preocupación pero a su vez alivio de haber soltado todo…

Pero hubo un sentimiento muy llamativo que me llamó la atención.

Terror.

Andrómeda estaba aterrorizada.

Y no por el simple hecho de que fueran a descubrirla.

El terror no es lo mismo que el miedo, al menos desde mi punto de vista. El miedo no te paraliza, el miedo no evita que puedas hacer aquello que te asusta de cierto modo, el miedo a veces es bueno y te advierte y frena.

El terror, no.

El terror si que te paraliza, el terror te hace que dejes de pensar con la cabeza.

Te vuelve completamente loco.

— Hay algo más… ¿Verdad?

— ¿A qué te refieres? — preguntaron los Black, uno de ellos con la ceja alzada y la otra con el rostro muy serio.

Mejor que no digas nada.

Si, mejor…

— Del favor, me refiero… que si hay algo más. — aclaré, simulando que no acaba de soltar una mentira como Hogwarts de grande.

— Ah, no, no. Solo vigilad a mis hermanas y desmentid los rumores. Es lo único que necesito.

— Pues eso haremos, si no acabamos muertos por Bella… — dijo Sirius, haciendo como si cortase su cuello con el dedo.

Andrómeda soltó una leve carcajada.

—  No te preocupes, no creo que sea capaz de eso.

— Eso ya lo veremos. — Sirius sacó distraídamente su reloj del bolsillo y miró la hora. — ¡Ostras! Tengo que irme, le dije a Peter que le ayudaría con los deberes de Historia. ¿Te importa que dejemos la partida para otro día? — negué con la cabeza. — Okey, pues me piro, ¡Nos vemos luego!

Ambas chicas observamos como Sirius se alejaba corriendo hasta que giró a la derecha.
Un silencio incómodo se instaló en el ambiente. Andrómeda y yo nos habíamos quedado completamente solas junto al sonido de la lluvia chocando contra el suelo.

— Bueno… será mejor que me vaya yo también. — dije, mientras toqueteaba mi cabello cobrizo nerviosamente. Necesitaba salir de allí, la incomodidad me estaba agobiando. — ¡Adiós, Andrómeda!

Cogí la bolsa que llevaba a todas partes, me di la vuelta y me encamine hacia mi próximo destino, el cual en ese momento era incierto, ya que no tenía nada que hacer. Pensé en ir a la sala común, pero no tenía la cabeza como para acertar el acertijo de la puerta y estaba lloviendo, así que no podía ir fuera.

¿A dónde podría ir?

— ¡Espera, Iria! — Gritó alguien a lo lejos, sacándome de mis pensamientos. Gire mi cabeza. Era Andrómeda la que me había llamado y en ese mismo momento caminaba rápidamente hacia mí, con una expresión decidida.

— ¿Qué pasa? — Pregunté, nerviosa. Presentía lo que estaba a punto de pasar, y no me gustaba nada.

— ¿Cómo has sabido que sentía miedo? — preguntó seriamente. Sentí como su astuta mirada me analizaba y eso comenzó a agobiarme.

— Pues… no sé, se te notaba en la cara… supongo. — Farfullé, evitando mirarme a los ojos y respirando profundamente.

— No me mientas.

— No lo he hecho.

— Si lo has hecho, y dos veces además. Se te nota demasiado. — respondió con astucia.

— Déjame en paz. — espeté, con la molestia creciendo en mi interior.

Me giré rápidamente y me di la vuelta, intentando alejarme lo más rápido posible de aquel lugar, pero algo me lo impidió. Al girarme, vi como la chica Black me tenía sujeta del brazo con fuerza, y con ese gesto lo único que consiguió fue asustarme y enfadarme más y más.

La miré fijamente, con una mirada que podría matar a cualquiera. Al darse cuenta, Andrómeda retrocedió, con una mirada que denotaba miedo y asombro por ambas partes. Algo la había desconcertado, y su acción era la que me había desconcertado, dejándome en un lugar lleno de duda, miedo y tristeza.

Porque acababa de descubrir mi secreto.

A lo mejor no llegas viva a Navidades, maravilloso.

Desvíe la mirada, intentando evitar que las lágrimas salieran a borbotones de mis ojos.

No llores, y menos delante de la gente. Llorar es debilidad.

— Eres la chica que posee la magia misteriosa, ¿Verdad? — soltó de pronto, completamente asombrada.

Asentí levemente con la cabeza, mirando al suelo, intentando relajarme, intentando evitar toda la avalancha de sensaciones que se cernía sobre mí, porque si Padre se enteraba de esto me mataba, si se enteraba de que alguien sabía de mis habilidades esas personas correrían mucho riesgo.

Si se enteraba todo sería mi culpa.

Como siempre.

Gracias por los ánimos.

De nada.

— Ey, Iria. — dijo Andrómeda, con delicadeza. — No va a pasar nada, ¿Vale? No se lo voy a decir a nadie… desahógate si quieres, yo me callaré y no diré absolutamente nada, te lo juro.

— No puedo. Mi padre dice que no debo llorar.

— Tu padre es un imbécil sin sentimientos. — espetó, con indignación. — Tienes trece años, eres una niña y puedes llorar tanto como tú quieras y desahogarte. Ahora mismo tengo miedo porque como no te desahogues a lo mejor explotas así que…

Su comentario hizo que soltase una carcajada y que las lágrimas brotaran de mis ojos con intensidad. Andrómeda se acercó a mí y me dio un abrazo con delicadeza mientras que miraba a un lado y a otro, con precaución. Mientras lloraba y lloraba, sentí como varias sensaciones desconocidas pero agradables me llenaban y aliviaban el cuerpo y la mente.

Nos mantuvimos así durante un pequeño rato, hasta que mi respiración se calmó. Aún estando abrazadas, dije:

— Muchas gracias, Andrómeda.

— Puedes llamarme Andy. — respondió.

Y ahí fue cuando me di cuenta de que esa sensación que me había calmado era el amor de Andy al verme así.

Un amor puro que todo lo cura.

⋅Ataraxia⋅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora