Capítulo XXII

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1 de septiembre de 1972

Cuando atravesé el muro que llevaba al andén nueve y tres cuartos, no lo pensé. Salí corriendo hacia el expreso, olvidándome por completo de despedirme de Padre, y haciendo caso omiso de su llamada.

Escapé.

Por fin.

He pasado la mitad del verano castigada sin comer, sin salir o saliendo herida por cualquier mísero motivo. Ahora ya no pasaría eso, al menos durante tres meses y medio, gracias a Merlín.

Estaba tan agradecida de volver, que fue entrar al compartimento, sentarme y echarme a llorar.

Era libre otra vez.

Menos mal.

Respire profundamente, intentando tranquilizarme y me sequé las lágrimas con las manos. No iba a permitir que nadie, absolutamente nadie, me viera llorar. Nadie tenía que sufrir por mi.

Me acurruqué en el asiento, y cerré los ojos por unos instantes. Noté como alguien abría la puerta y entraba al mismo compartimento. Al ver que no decía nada, seguí con los ojos cerrados, intentando quedarme dormida para reprimir esas emociones que me hacían un nudo en la garganta, y olvidarlas aunque sólo fuera un ratito.

Cuando estaba a punto de llegar al séptimo sueño, escuché un débil pero reconocible sollozo, y una oleada de tristeza y dolor inmensamente grande que me provocó un mareo instantáneo y que me faltase el aire.

¿Quién está llorando ahora?

Abrí los ojos con dificultad, y enfoqué a la persona que estaba en la esquina contraria tapándose la cara con las manos.

No me lo puedo creer.

— ¿...Sirius? — farfullé, frotándome los ojos.

—¿Qué…? ¡Ah, qué susto! Pensaba que estabas dormida. — dijo, con voz temblorosa. — ¿Qué tal el verano?

— ¿Estás bien? — Pregunté, ignorando la pregunta anterior.

— Si, claro que sí, ¿Y tú? — dijo, a la vez que se sorbía los mocos por la nariz.

— No me mientas.

— Es imposible engañarte, ¿Eh? — respondió, intentando quitarle seriedad al asunto.

— ¿Qué ha pasado? Sirius, sabes que puedes contármelo.

— Pues… — Se mantuvo durante unos segundos en silencio, intentando encontrar las palabras. — Regulus.

Ay, no. Ahí sí que no.

— ¿Le ha pasado algo malo? — Pregunté, con la preocupación creciendo en mi interior.

— No, no, no, claro que no. — Respondió. — Es sólo que…

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Y descubrí al instante lo que ocurría.

Manipulación.

— Tus padres le han inculcado estúpidos ideales en su cabeza, ¿verdad? Y le han dicho que mejor que no acabe como tú y te ha retirado la palabra.

Sirius asintió.

Y sin pensarlo, me levanté y lo abracé.

Porque es igual de doloroso perder a alguien que sigue vivo, que a alguien que ha muerto.

Nos quedamos así unos minutos que se hicieron demasiado cortos, hasta que Sirius se apartó un poco y miró al techo.

— No se que hacer, he intentado de todo… — murmuró.

⋅Ataraxia⋅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora