Capítulo XXIII

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Principios de octubre de 1972

Ya había pasado un mes desde que había comenzado el curso.

Que feliz me sentía.

No tenía castigos, estaba con mis amigos y podía vivir tranquila y en paz, con la única preocupación de hacer los deberes lo más rápido posible.

Además, podía entrenar para convertirme dentro de un año en jugadora de quidditch, cosa que mi padre no me permitía hacer, debido a que él decía que no podía hacerme daño o lesionarme de ninguna de las maneras.

Lo que él no sabe es que el quidditch no es lo que me hace daño, si no él.

Así que como él no tiene un pensamiento lógico y últimamente está un poco ido de la cabeza, voy a hacer lo que me dé la gana.

Uy, que rebelde.

Uy, que graciosa eres, conciencia.

Solo decía la verdad.

Si claro.

Estaba saliendo de los vestuarios, recién cambiada y limpia después de un largo entrenamiento bajo la lluvia. Hestia y yo íbamos hablando junto a un chico de nuestra casa llamado Barty Crouch sobre los distintos equipos de quidditch que formarían parte del campeonato mundial del siguiente año.

Al llegar al castillo, nos cruzamos con Mary, Marlene y Sirius, los cuales también venían empapados por motivos que desconocía totalmente. Y como la curiosidad me podía más que cualquier otra cosa, me despedí de mis compañeros de casa y me dirigí hacia ellos, con la intención de averiguar cómo habían acabado en ese estado.

— ¡Ey, Iria! ¿Cómo estás? — preguntó Mary, con una amplia sonrisa.

— Yo perfectamente. ¿Y vosotros? Tenéis pinta de que os habéis pegado una buena ducha.

— La verdad es que si, ¿Por qué no te pegas tú también una? El mal olor huele desde aquí. — dijo Sirius, con tono burlón y tapándose la nariz.

— Ja, ja, ja, que gracioso, Sirius. — repliqué, haciéndole una mueca. — La verdadera pregunta es qué habéis hecho para acabar así. — dije, señalandolos con un dedo de arriba a abajo.

— Digamos que alguien ha apostado cuatro sickles a que no nos atrevíamos a ir bajo la lluvia. Y creo que hemos sido nosotras las que hemos ganado dicha apuesta ¿verdad, Sirius? — replicó Marls, extendiendo la mano hacia dónde estaba Sirius.

— Que sí, que habéis ganado… — murmuró Sirius, pretendiendo mostrar resentimiento mientras le tendía dos monedas de plata en la mano a cada una.

— Me alegro de que hayáis ganado vosotras. Es muy fácil ganar a Sirius en una apuesta. — Vi como Sirius me miraba con mala cara mientras las chicas se reían. — ¿Qué vais a hacer ahora?

— Pues nosotras tenemos que terminar urgentemente un trabajo de Herbología, ¿No es así, Marls?

— Cierto. Ahora por culpa de este tonto, tendremos menos tiempo para terminarlo.

— Pues no haber cumplido la apuesta. — dijo Sirius, sarcásticamente.

— Eres un picado. No lo niegues, que te veo venir. — dijo Marls, con una sonrisa burlona en el rostro. percibí como su orgullo aumentaba y la molestia de Sirius aumentaba. — Bueno nos vamos, que el trabajo hay que entregarlo mañana y no podemos perder más tiempo.

— Lo que tú digas… Hasta luego chicas.

— ¡Adiós! — exclamaron ambas al unísono, mientras se alejaban por uno de los amplios y silenciosos pasillos.

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