-TODO SE VINO abajo cuando los taxis, en lugar de ser coches negros, fueron obligados a pintarse de blanco. Dijo el viejo y miró a los niños que le pedían una historia.
Bebió en silencio un largo trago de su anís El Mico que había comprado en la vinatería de su compadre, Don Monteón, dejó que la ansiedad creciera entre sus nietos y los otros niños de la vecindad y comenzó a contarles:
-Dicen las gentes de un Amalio Cárdenas a quien todos llamaban El Temerario, porque nunca dijo no a un cliente y porque nunca tuvo miedo de internarse en las calles de cualquier colonia, ora estuviera muy lejana, oscura, sucia o maloliente. Dicen que conocía todos los escondrijos, rincones, callejuelas y meandros sin pavimentar que Cuernavaca tiene.
Era pues que El Temerario vivió en aquellos días de grandes inventos, de maravillas tecnológicas que empezaron a nublar cerebros cegando a los hombres para comprender otros conocimientos. Amalio era un jinete y tenía una cabalgadura mecánica que todos llamaban taxi y, como ya les digo, entonces los taxis eran esos elegantes autos negros y no esos necios y blancos fantasmas que recorren nuestras calles, nocturnos, invasores y multitudinarios.
Yo era uno de ellos y como ellos, conozco las noches de Cuernavaca, llenas de ladridos tras las rejas, de silencio bajo las puertas, de agonía dentro de los lugares que tienen anuncios de neón en las afueras, llena también de mujeres que rompiéndose las carnes ganan dinero para sobrevivir y muchas otras cosas que ustedes, porque son niños no deben saber.
En nuestros caballos negros íbamos y veníamos por las calles, pero Amalio quería, deseaba y necesitaba que su vida fuera más que dormir de día y correr por las calles durante la noche. Justo cuando disfrazamos de fantasmas todos nuestros coches, él amplió el giro de su máquina y alquiló su tiempo para repartir primero personas calladas y después paquetes que tampoco hablaban.
Y es que en estas botellas transparentitas vive el diablo y cuando los hombres las beben, se les mete adentro y los obliga a hacer cosas muy feas. A mí ya no me pasa nada porque el diablo de las botellas es demasiado pequeñito para los viejos y no puede obligarlos. Pero El Temerario siempre se los tomaba y se iba a unas casas donde se juega a las cartas y se hacen otras cosas malvadas; así que tenía deudas que pagar y desde que llevaba paquetes calladitos comenzó a tener montones de dinero. Y es que al Amalio le gustaban los buenos trapos, los buenos relojes y unas botellas oscuritas que vendían en una casa de la colonia Carolina a donde le gustaba mucho ir a... platicar con una señora que lo quería mucho si él le daba dinero.
En más de una ocasión, su cascarita blanca debió correr a todo motor con una velocidad insospechada para un modelo '69 en pleno 1974. Como en aquella que dos caballitos más que aullaban como la llorona y echaban luces desesperadas con varios policías adentro lo persiguieron por casi todo Jiutepec y hasta la salida de Civac a Cuernavaca sin que lo atraparan nunca.
Presumía de ser intocable, que si esos policías lo hubieran agarrado, en un ratito estaría libre otra vez para seguir llevando sus encargos. Ya ni pasajeros llevaba, a menos que no tuviera encargos, pero eso era muy de vez en cuando. Y era cierto, una vez que lo agarraron, lo soltaron luego luego y hasta disculpas le pidieron.
Iba a un bar un día, a una casa después, a una quinta en la noche, en la madrugada a una escuela cerrada y a veces levantaba pasajeros nada más para que nadie sospechara nada, decía. Y nada le pasaba nunca, parecía cuidado de una no tan Divina Providencia que sin embargo, era muy efectiva y le espantaba a los policías, a los inspectores y hasta a los asaltantes de los que sus humildes compañeros no siempre podían salvarse.
Un día hasta empezó a contratar a otros para hacer el servicio y le iba bien y muchos lo envidiaban.
Todos dejaron de envidiarlo cuando se supo que sus patrones lo habían jubilado pidiéndole además con toda amabilidad que guardara el secreto poniéndole una bala en la cabeza y otras cinco en diferentes partes del cuerpo.
Y colorín colorado -terminó diciendo el viejo- váyanse a sus casas a dormir. Y díganle a sus mamás que no se preocupen por la violencia de la televisión porque les gustan más mis historias de taxistas.
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Crónicas de la ciudad Tlahuica
General FictionCada ciudad tiene personas que la definen. La ciudad Tlahuica es ejemplo de ello. En este libro, Juan Pablo Picazo mezcla la fuerza de su experiencia como reportero y observador de la realidad, con su talento narrativo y nos entrega una colección de...