I
LA PRIMERA vez se la encontró en México, caminaba sola. Él había tenido que ir allá para asistir al velorio de uno de sus mejores amigos. Se limitó a observarla en ese su absorto andar, sus ojos miraban hacia adentro como regodeándose en sus tristezas privadas.
Tan embelesado estaba que no tuvo tiempo para disimular cuando ella lo miró de frente, pero luego no importó porque le regaló una sonrisa, si bien sombría, hermosa. Decidió esperarla más adelante como para trabar conversación con ella, pero se le perdió rumbo al paseo turístico del Templo Mayor, cerrado ya a esa hora.
Creyó haberla dejado ir por distracción y, como ya la noche se acercaba, decidió marcharse a toda prisa de regreso a Cuernavaca. Después contaría a otros reporteros de su hallazgo e inclementes, se burlarían de él "por haberla dejado ir viva". Él podía describirla con tal perfección que si la tuviera ante los ojos: morena, no muy alta, delgada, largos y negros cabellos y una calavera de madera tallada pendiente de su cinturón de lana trenzada.
La segunda vez se sorprendió al encontrarla entre los asistentes a una exposición de pintura. Estaba allí, con su característico vestido de manta y sandalias hechas con tiras de piel, caminando como distraída en medio de la parvada intelectual de Cuernavaca. Trató de no perderla de vista mientras se acercaba y ella lo miró llegar con una sonrisa de Gioconda bien puesta en los labios.
La siguió por los pasillos hacia el interior del Jardín Borda, lejos del área de galerías, ya ni los discursos se escuchaban. Ella le tomó las manos en aquel oscuro laberinto de Maximiliano, y cuando él trató de decir algo, la mujer le puso un dedo frío sobre los labios y le dijo:
- Nican chocaz no yóllotl.
Y desapareció rumbo al estanque de los patos.
II
Comenzó a soñarla, empezó a recorrer las escuelas a las que suponía debiera asistir a juzgar por la edad que calculaba en ella, sólo hablaba de encontrarla y negaba terminantemente que se tratara de una obsesión. El colmo llegó cuando su padre, burlándose amablemente de él le había dicho que volvería a verla hasta que caminara El Morelotes, a lo que él respondió:
- Hasta crees, te apuesto que la veo antes.
Al paso del tiempo, primero días, después años, no que la olvidara, sino que se resignó a su pérdida. Había indagado con otros reporteros, con funcionarios del Instituto de Cultura de Morelos, revisó los expedientes de los trabajadores del Jardín Borda y ni con todo ello la encontró. Ahora, tras casi dieciséis años, solitario y encanecido prematuramente, se había convertido en el furioso director de un diario.
Una noche de llovizna volvió a verla.
Venía de trabajar tarde en el periódico, había dejado finalmente encaminada la edición ya en la fase de talleres y se dirigía a casa, dudando sobre detenerse en un bar o en un restaurante. Al parar ante una luz roja en el ya solitario crucero de La Selva, pensaba en el curioso espectáculo que esa intersección le ofrecía, tenía un aspecto desolado sin sus vendedores, repartidores de publicidad, tragafuegos, limpiadores de parabrisas, recolectores de ayuda humanitaria, policías de tránsito, checadores y vendedores de fritangas, refrescos, tacos, quesadillas, lentes, revistas y periódicos.
Iba a arrancar de nuevo cuando un adolescente puso una pistola en su cabeza y comenzó a exigir la cartera, el reloj, los anillos, el estéreo. No se atrevió a protestar al principio y, mientras se despojaba de sus pertenencias, dejó sus ojos puestos sobre la llovizna caída en su parabrisas, y se rebeló. Golpeó al muchacho y salió del auto creyendo que el arma seguramente era de juguete. Entonces se oyó el disparo y lo miró correr mientras caía al suelo.
- Ijkón tlatocat in yohualli. Nican chocaz no yóllotl.
Era ella. Tan joven como antaño y lo miraba con lágrimas en los ojos, ¿o era la lluvia? Quiso preguntar su nombre pero ella le puso un dedo frío sobre los labios, le sonrió y le dijo:
- Coatlicue.
III
Al llegar, la policía encontró su cadáver como congelado y envuelto en una fina ceniza blanca. La bala había atravesado destruyendo una buena parte de sus órganos respiratorios.
Tenía una sonrisa en los labios.
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Crónicas de la ciudad Tlahuica
Fiction généraleCada ciudad tiene personas que la definen. La ciudad Tlahuica es ejemplo de ello. En este libro, Juan Pablo Picazo mezcla la fuerza de su experiencia como reportero y observador de la realidad, con su talento narrativo y nos entrega una colección de...