Ellos

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I

LA PRIMERA noche juntos, aprendieron a comunicarse con un lenguaje definitivo y apremiante. Lo llamaron estremecimiento como si en las líneas invisibles de sus manos estuviera oculta una caligrafía antigua que les justificara el nombre. Era como si antes de entenderse en él, jamás se hubiesen hablado, como si nunca se hubiesen conocido. Su novedoso idioma les permitía comprenderse sin decir palabra, sin escucharse los pensamientos mutuamente y hacían miríadas de danzas, trenzaban bajo la lluvia, a la luz del sol y bajo las sábanas, envueltos en sudor.

A veces sospechaban de cada sombra y de los ruidos nocturnos, porque habían construido juntos un sitio para colocar el tiempo con todo y su arsenal de manecillas y sus muy ancianos engranajes; porque habían inventado un espacio para la sabiduría de sus antecesores, además habían colgado sus músicas amadas en el aire y ornamentaron las paredes con las imágenes y sombras que siempre amaron.

Juntos, habían llamado vida al hecho de sentirse a diario y amor a la gravitación terrestre y visceral y anciana y briosa que se les movía en las venas y que fundía sus cuerpos en una órbita compartida a la que concurrían sin apenas darse cuenta.

Pero a veces su mudo lenguaje no operaba, el beso no establecía la conexión y entonces permanecían inmóviles o se movían uno frente al otro como en el ensayo de una coreografía rota por el tiempo. Era pues que se espetaban silencios violentísimos, como si cada cual no fuese espejo, como si no respirara a través del otro rostro.

Entonces fue el polvo y una rabia amante les hirió el costado.

II

Hubo pues una como estación de vasos rotos que esparcían por aquel su espacio un intenso olor de soledad, y deambulaban por cada punto sin reconocerse, buscándose, ignorando la música del otro y sin poder hacer sus amorosas danzas.

Y fue que les creció la angustia y ya ni las palabras viejas podían acercarlos, mirábanse ajenos y perversos, casi sin reconocer a su testigo absoluto, a su mitad enfebrecida. Los recuerdos se amontonaban como hablándoles de historias inventadas, como rememorando sueños que no han sido. Incluso sus propios nombres de amor habían dejado ya de pronunciar.

III

Y será que luego de las calles, los adioses y los sexos que ya no habrán de compartir, una vez en mil sin proponérselo, se encontrarán las manos y en ella les vendrán de golpe los más dulces recuerdos y sabrán cómo eran las danzas, recordarán sus nombres y entenderán que desde entonces respiran con la vida rota.

No podrán creer lo que esas mismas amadas manos destruyeron a golpe de silencio, de inacción, de perturbados haceres y decires. Habrán de mirarse pues y lamentar sus nuevas respiraciones, ya estén decididamente acompañadas con un ser resuelto o estén curtidas de abandono y de miserias busquedantes.

Pues cuando no había vello adulto en sus cuerpos, cuando aún el mundo no los había tocado, les mintieron diciéndoles que Yo era el ser más importante del universo y que Nosotros era solamente un espejismo. Les escribieron ese artero crimen en las jóvenes neuronas y los lanzaron al mundo en busca del Nosotros extraviado hacía tanto tiempo, que imposible era ya encontrarlo.

Crónicas de la ciudad TlahuicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora