ERAN DÍAS terribles.
Entonces la vida era correr por las calles de Nezahualcóyotl, 20 de Noviembre y la Avenida Morelos para internarse luego por la amada calle de Abasolo, donde la vieja vecindad esperaba con el zaguán abierto, dispuesta a protegerme de posibles perseguidores.
Entonces el reino del terror era ejercido por La Guardia, un cuerpo de hombres y mujeres dedicado a la persecución, presto a la captura, con poder para interrogar y un alto mando que hacía de juez y de verdugo. Cada semana, el grupo de élite era cambiado por otro, pero ya contaba años, décadas quizá de sembrar el pánico entre los más pequeños.
Era que en aquellos días, hombres y mujeres de cabello largo salían a las calles y, al grito de sesenta, sesenta, agitaban los puños al aire y pintaban letreros en las calles que decían tarifa a 60 centavos y, como no eran escuchados, capturaban autobuses para quemarlos con sus propias gasolinas o los encerraban en ciertos lugares peligrosísimos e intocables llamados preparatorias.
Cuando aquello eran las calles, la escuela era La Guardia. Era huir si se les ocurría el capricho de seguirte, era regalar tu torta o tu refresco o tu dinero del camión si te atrapaban. Ese era el precio de la libertad, de lo contrario, el recreo se convertía en angustia y ésta en castigo.
Veíaseles ir y venir con la cuartelera ladeada y su banda azul marino anunciando su poder. Miraban con ímpetu hacia todas partes en su acto de patrullar por los pasillos, indagar en escaleras, registrar los baños, los salones y cualquier otro rincón en busca de torvos criminales que su imaginación saturada por Los ángeles de Charlie o Starsky y Hutch, les exigía encontrar.
Pero eso no era todo.
Lo más espantoso era la acechanza del juez-verdugo que aguardaba en las cercanías del oscuro foro, esa violenta mazmorra en la que se concentraba a los prisioneros en espera de recibir su justo castigo; desde una reprimenda, hasta cosas tan crueles como recoger la basura del patio a mano, bajo el candente sol, al terminar la media hora de recreo.
Más de una vez, sin deberla ni temerla, hube de purgar esa condena. Uno terminaba con la espalda destrozada de tanto agacharse, las manos sucias de todo lo posible, los ojos empequeñecidos y la piel más negra que de costumbre, entonces uno envidiaba a los demás, tomando clase al amparo de las frescas sombras de un salón, sentados y con el ánimo quieto de quien ha salido ya a recreo y se ha comido algo.
Así, los futbolistas, beisbolistas, gladiadores de futbol americano y velocistas además de toda clase de atletas, eran capturados y sometidos a la cruel tortura de esperar la llegada del juez-verdugo, que podía ser un maestro o una maestra, según la semana que tocara. Pero había una raza de provocadores rebeldes que todos celebrábamos, se hacían capturar por los de La Guardia y, ya en el foro, organizaban fugas masivas en las que a veces uno era liberado de rebote, cuando esto ocurría, uno debía ser muy diestro en el arte de la simulación para no ser capturado nuevamente.
Eran seres de mirada amenazante y porte como el de cualquier ejército de élite, iban de arriba abajo con el donaire de sus manos prontas para la captura y las piernas ajustadas para la persecución, orgullosos de su poder, envidiados y temidos... hasta que la hora de salida comenzaba a sonar.
Cuando sonaba el timbre de las 12:45, los indómitos guerreros, en su mayoría, salían a la calle esquivando a las hordas de furiosos ex presidiarios, se ocultaban en la fortaleza de sus padres o bien, se paseaban desafiantes cerca de las puertas en busca de aquellos que les habían amenazado diciendo significativamente:
- A la salida ¿Eh?
Y de cuando en cuando, feroces batallas se miraban en la puerta que daba a Hidalgo, a Nezahualcóyotl, aunque el sitio preferido para los duelos era la empedrada 20 de Noviembre, detrás del Jardín Revolución.
No siempre ganaban, pero al día siguiente, volverían a ser La Guardia y entonces...
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Crónicas de la ciudad Tlahuica
General FictionCada ciudad tiene personas que la definen. La ciudad Tlahuica es ejemplo de ello. En este libro, Juan Pablo Picazo mezcla la fuerza de su experiencia como reportero y observador de la realidad, con su talento narrativo y nos entrega una colección de...