LLUVIA me ama, estoy seguro.
Ella me ha dicho tantas cosas que, estoy seguro, ya no repetirá jamás. A nadie le dice lo mismo y, como una declaración de amor no es decir cualquier cosa, pues bueno.
Cuando estuve internado en la clínica, nuestro amor ya era viejo. Nadie me creyó nunca cuando yo trataba de decirles de nuestro noviazgo. Al principio me decían cosas como "Ay, estás muy chiquito y ni sabes las cosas que dices". Luego cuando hube crecido y me sorprendían hablando con ella, me decían: "¿No te parece que ya estás bastante grandecito como para andar jugando con amigos invisibles?". No, nunca lo entendieron.
Si en aquel entonces hubiera declarado alguna necedad, como decir por ejemplo que descubrí que las nubes ponen huevos, me habrían escuchado con mayor interés y una sonrisa en los labios, me habrían hecho preguntas y, ante mis respuestas, hubieran derramado sonrisas y carcajadas en camaradería plena, pero no.
Entonces yo me limitaba a permanecer recostado sudando y temblando por la fiebre y con los huesos tan adoloridos que, de saber sus nombres, habría podido pasarles lista sin problema. La pasaba entonces estornudando hasta seis y siete veces seguidas o presa de la desesperación cuando, luego de interminables accesos de tos, pasaba a la asfixia para después permanecer inmóvil y respirando dificultosamente con los ojos llorosos, la garganta escaldada, y las vísceras y los oídos palpitando enloquecidos.
Aunque todo ello no era tan malo, mientras sufría, allá afuera, ella me hablaba. Me regalaba sus canciones y yo le sonreía y mientras más me mimaba desde el exterior yo le juraba mi amor eterno y le prometía que, en cuanto estuviera mejor, me escaparía del hospital para salir a tomar sus manos.
Entonces que los médicos decían:
- Está delirando.
Y se esforzaban por convencerme de que la lluvia no era una mujer y que si no me portaba como un paciente modelo, iría muy a su pesar, a parar al pabellón de los locos. Aunque bien estoy seguro de que, lejos de hablar en serio sobre el pabellón de los locos, se ponían a escuchar con atención cada llovizna, a observar asustados cada tormenta, a contemplar con embeleso sin distinguir de cierto toda la hermosura de un chubasco, pero ella nunca se dejó ver de ellos y jamás les dirigió la palabra, eso me consta. En vano la contemplaron, en vano le hicieron preguntas acerca de lo nuestro.
Recuerdo cuando nos conocimos.
Era una tarde de junio cualquiera de hace muchos años, era yo tan pequeño entonces que apenas la lengua comenzaba a servirme para pronunciar los objetos. De hecho, yo no sabía aún que ella existía y aquel día escuché su canto por primera vez mientras los demás sólo escuchaban la caída del agua. Desesperado por ver a la mujer que tenía semejante voz, arrastré una silla y como pude me subí en ella para mirar por entre el frío tejido del mosquitero.
Esa ocasión la familia, que me observaba atentamente, me arrancó de aquel acto de amor que era mirar mi ropa diminuta atrapada en el tendedero siendo acariciada por sus manos. Me cargaron, me dieron vueltas y decían mil palabras de felicidad ante mi astucia de niño de año y medio, pero yo empecé a llorar.
Desde entonces he puesto mucho cuidado a su presencia, a sus juegos y bondades. Ella también me descubrió aquel día, se me quedó mirando asombrada de que yo pudiera verla y hablarle con tal insistencia. Así que desde entonces, ha hecho lo propio buscándome cada vez que puede durante años ya.
Ciertamente hoy ya no ando diciendo por ahí que nos amamos, es de imaginarse: un hombre como yo y con una carrera como la mía, lo menos desastroso será que me consideren un excéntrico o algo parecido.
Y aunque ya no le hablo a nadie de mi amor por ella, siento la desesperante necesidad que entiendan que Lluvia es algo más que Fenómeno meteorológico que consiste en la precipitación del agua evaporada que forma las nubes tras su condensación al chocar con las corrientes de aire frío en las capas más altas de la atmósfera, ella tampoco es un simple "Dícese del agua que cae de las nubes". No, ella es más. Muchísimo más.
Me encanta verla cuando se baña desnuda en la niebla que cubre las montañas, ahí se viste, fragua su cuerpo para después venir a mí y echárseme encima con su carcajada repartida en gotas que caen desde las ramas de los árboles, se columpia en los cables, se acuesta en el pasto, o juega a la resbaladilla en las tejas y en las láminas de cartón y asbesto.
Hemos conversado tanto, que me ha enseñado a ver a otros como ella, me ha confesado que ella es parte del amor, y si no ¿para qué habría de sorprender a los hombres y mujeres de la tierra a campo abierto y untarles la ropa a los cuerpos haciéndoles recordar su primigenia desnudez, su inocencia original?
Si cualquiera de ustedes me sorprende un día tirado desnudo en algún prado, con el cuerpo humedecido y frío tras una noche de lluvia intensa y un solemne acompañamiento de grillos, no crean que se trata de la muerte premeditada de un débil pulmonar. Lo que habrá pasado entonces, será que al fin Lluvia y yo...
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Crónicas de la ciudad Tlahuica
Ficción GeneralCada ciudad tiene personas que la definen. La ciudad Tlahuica es ejemplo de ello. En este libro, Juan Pablo Picazo mezcla la fuerza de su experiencia como reportero y observador de la realidad, con su talento narrativo y nos entrega una colección de...