I
AMANDA se come las lágrimas mientras decide qué vestido ponerse para el que ella llama el verdadero sepelio de su amiga Casandra.
Se despoja de toda la ropa y se dice que tiene todo lo necesario para regalar el paraíso... pero ahora no quiere hacerlo, siente que tiene lumbre en la garganta, que tiene lumbre en los ojos, que tiene lumbre en las manos y no se trata de ese incendio amoroso en que las de su edad apenas se inician temerosas y llenas de culpa, no. Amanda se mira desnuda con la lumbre invisible en el cuerpo furioso y piensa que también tiene todo lo necesario para regalar el infierno.
El Lobo había sido despreciable y cruel con Casandra. ¿Qué se pensaba el muy estúpido que eran las mujeres? Todas habían creído en el amor rebelde de su amiga la más pequeña, la más inocente.
Amanda recuerda con cuánta ilusión Casandra había mirado al Lobo desde el primer momento. Lo odia porque la pequeña lo trataba como si se tratase de un dios al que incluso ellas, sus casi hermanas, debían rendirle culto. Por supuesto ella nunca estuvo de acuerdo, nunca.
"Ya no quiero la vida -escribió Casandra- porque El Lobo se convirtió en mi vida y si ya no está, será mejor que me disuelva con la noche para..."
Amanda llora rabiosa ¿qué diablos pasaba con los hombres?, ¿no pensaban en las mujeres como en iguales que piensan y aman en serio aunque sea a los 17 años? Ese nombrado Lobo era un patán imbécil al que habían conocido en el baile que Giles Show ofreció aquella vez en Jojutla. Desde que las abordó con su aire perdonavidas y su look onda Los Bukis, le había pegado en el hígado y a Casandra en pleno corazón, desatando toda la maldita odisea de complicidad y silencio que fue su noviazgo a escondidas de los Euzquiri, quienes juzgaban indigna de su familia a casi toda la especie humana.
"... para desaparecer. No hay vida para el que no ama porque el hombre nació para ser feliz. El Lobo me ha dado tanto como nadie pudo haberme dado y ya no creo que se pueda conocer mayor felicidad. Después seré el dolor, los pleitos, la hipocresía del matrimonio. Yo no quiero vivir eso. Ya lo he conocido todo. Pido perdón a..."
Se pone la gabardina negra sobre el entallado vestido del mismo color y se dice que hoy es la niña perversa, brutal y que el méndigo Lobo va a saber cuál es la fuerza de una mujer. A lo mejor Casandra lo perdonó porque la pobre se sentía tan poca cosa que su burla había sido suficiente vida para ella, mientras que en realidad él debía pagar por sus actos.
- Y yo voy a cobrarle.
Guarda el estuche de maquillaje en la bolsa mientras piensa que todos son iguales. Que le haría bien al mundo si las mujeres trataran a los hombres como a animales salvajes criándolos y usándolos para preservar la especie, o algo así como dice su tía. Todos son así, y piensa en su padre que jamás falta a casa, que cuida de ella, su madre y su hermana, que les compra todo lo que puede, las invita a cenar, escucha sus confidencias y se pasa noches enteras en un hospital si hace falta. ¿Qué son los hombres entonces?
II
Amanda camina por las calles en pleno atardecer. Ha salido casi a las seis y media de casa. Espera la ruta 8, es un largo viaje hasta donde va a regalar el infierno.
Mientras paga el pasaje y busca un lugar donde sentarse, su mente vuelve a Don Antonio Euzquiri, quien le reza al Dios que según cree lo ha abandonado. Lo oye platicar entre sollozos que la última vez que lo sintió cerca, fue cuando huyó de la policía española de la mano de su padre por las calles de Madrid con rumbo a Barcelona, donde estuvieron escondidos con una acusación de terrorismo por sus actividades en favor de la ETA.
Amanda no sabe por qué el empresario cuenta esa historia ante el féretro en que descansa su hija, lo oye hablando despacio de cómo huyeron sin parar para terminar después en Veracruz y finalmente, en la Ciudad de México, donde comenzaron vendiendo pan, luego atendiendo una panadería y ahora administrando su exitosa cadena de panaderías y tiendas de autoservicio.
Después lo supo. Mientras el colectivo avanza lenta, penosamente por la asfixiada avenida Morelos, recuerda a ese hombre llorando su Casandra, muerta y quieta con alguien que habría sido su nieto, silencioso y quieto dentro de ella. Lo escucha comentar con la familia que el bebé que ya tenía edad suficiente para que, en el ultrasonido que le mostró el forense, distinguiera su cabeza, su tronco, sus piernas.
Amanda deja escapar las lágrimas cuando recuerda confesar con vergüenza al padre de Casandra que, de haberlo sabido en otras circunstancias, él mismo habría puesto en peligro de muerte tras la golpiza que le diera. Casi puede oírlo diciendo:
- No puedo engañarme. ¿En qué me he convertido?
Amanda busca desesperadamente un pañuelo, está llorando a mares otra vez mientras a su alrededor, el mercado de la Carolina casi está silencioso del todo.
Es como si viera de nuevo a Don Antonio Euzquiri mirando a su pequeña, tan quieta y como sonriente en su lecho de seda. Como si lo viera de nuevo llorando a su querida Natalia Danés, que se fue transformando de ilusionada esposa en cazadora de fortunas, de mujer amante en depredadora solitaria. Todavía lo escucha sollozar por sí mismo, por el hombre de piedra que es, por el sembrador de dinero en que se ha vuelto cuando es el único hijo sobreviviente de Don Alonso, el visionario de un mundo mejor, el hombre de fe, el piadoso, generoso y fuerte, por el hombre nacido de dos culturas ibéricas.
Amanda quiso hundir sus dedos en aquella desesperada cabeza masculina, se reprocha pensar en el hombre que es el padre de su amiga, y ya no le quedan lágrimas cuando cierra los ojos para verlo de nuevo cantando una canción de cuna al oído frío de su pequeña para dormirla y espantar a los monstruos, como cuando era pequeña.
III
Los periódicos lo llaman "La venganza de la caperucita negra", explican en sus notas que El Lobo, un estafador de poca monta de la colonia Sacatierra, ha sido encontrado con dos balazos limpiamente puestos en el pecho y la frente. Que se le vio caminando junto a una chica vestida de negro por la calle Cerezos, que tenía muchos enemigos, que recientemente había sido la causa de una decepción que llevó a una joven acomodada al suicidio y que la policía carece de pistas...
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Crónicas de la ciudad Tlahuica
General FictionCada ciudad tiene personas que la definen. La ciudad Tlahuica es ejemplo de ello. En este libro, Juan Pablo Picazo mezcla la fuerza de su experiencia como reportero y observador de la realidad, con su talento narrativo y nos entrega una colección de...