Nocturnas esperanzas

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ES NOCHE y los Tamarindos se han marchado. Un puñado de hombres y mujeres esperan en la esquina de las calles Degollado y No reelección, a ser levantados por la Ruta 4. Sus caras están estupefactas y compungidas, sus corazones inquietos.

Es noche y ninguna 4. Es noche y hace ya muchas veces pasó la 15, dos veces la 8, seis veces 17, tres veces 6, dos obrerobúses casi vacíos y uno que otro Chapulín que pasa de prisa y de vacío.

Los que esperan son baroneses, son delicienses, lomasdecuernavacenses o son simples bellohorizonteses, pero ninguno ha escapado, todos están varados en el corazón de Cuernavaca, quienes tenían para el taxi ya se han marchado, ellos no. Aprietan en la mano sus dos pesos como si se tratase de oro, juntarlos no paga un viaje en los taxis que pasando las diez ya piden tarifa que incluye hasta seguro contra meteoritos.

El viento sopla cortante, ha sido un invierno muy frío y el silencio se hace más espeso a cada minuto, las marquesinas y las ventanas ya se apagaron, sólo persisten las luces mercuriales de los postes zumbando débilmente. Los que esperan se agitan nerviosos, se frotan las manos, cambian de uno a otro pie, se asoman calle arriba.

Últimas dos 8, una vez más 15, cuatro veces más 17 y silencio otra vez. Entonces siniestras figuras aparecen de la oscuridad, se escucha que arrastran algo pesado, se escuchan sus pasos rozando el suelo y llegan al fin hasta ellos barriendo la inmundicia diaria, empujando sus carros y blandiendo sus escobas con asombro y maestría, miran recelosos a los que esperan. ¿Y si son vampiros, rateros, mafiosos, extraterrestres o locos?

Un quiróptero urbano surca la noche en una maniobra que arranca gritos a las mujeres que habitan entre los esperanzados. Heroicos, los barrenderos transforman sus escobas en armas de grandes poderes que, luego de prolongada batalla, logran desorientarlo y hacer que se estrelle contra Milano. Creyendo hacer un bien a la cristiandad, hablando de Drácula y de Nosferatu, se disponen a rematarlo cuando un esperanzado muta en ecologista y acude a salvar al ente de alas membranosas explicando que come insectos, que no chupa la sangre, que ni siquiera sabe lo que es una cruz, que a lo mejor sólo come frutas silvestres, que es como matar a un prójimo porque es una criaturita de Dios.

Con la nostalgia por el enemigo que se deja ir vivo, el ejército de escobas nocturnas entrega a la criaturita de Dios y le dan una caja al ecologista, que vuelve a ser un esperanzado mientras en la caja que lleva se escucha un aleteo que hiela la sangre de las mujeres.

Las huestes de escoba y bote con ruedas se alejan hacia el zócalo pensando en desquitar su ira de cazadores con las ratas que les disputan la basura en la Plaza de Armas todas las noches.

Pasa el último obrerobús a todo smog y haciendo llorar sus válvulas, las luces apagadas. Ha sido todo. Cinco 17 se congregan para repartirse destinos, los esperanzados los miran echar sus volados a ver quién va a La Rosa, quién a Zapata, quien a la Otilio. Ruegan porque alguien los lleve a la Barona, a Delicias, a Lomas de Cuernavaca, a la entrada de Bello Horizonte. Silencio. Un 17 se apiada y los otros se marchan como si su compañero tripulase ya la carroza de la muerte. El crimen se llama invasión de itinerarios.

Los esperanzados mutan en viajeros, en piratas ansiosos de botín y proceden escandalosos al abordaje maldiciendo a la Ruta 4. Ninguno sabe que dejaron de trabajar temprano porque todos se fueron a la boda de El Topil, quien a esa hora recoge dinero en un zapato de mujer con el saco lleno de billetes y estocada y media de Zacualpan dentro.

Crónicas de la ciudad TlahuicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora