- ANDAN diciendo las gentes que el rey lloró.
El viejo pronuncia lentamente las palabras mientras se aparta el mechón de largos cabellos blancos que le estorba en la cara. Los otros, en cuclillas como él, lo miran asustados y temblando de frío a pesar de la hoguera en torno a la cual se congregan.
El viejo calla. Bebe un poco de agua de su guaje, lo tapa y continúa:
- Y lo que andan diciendo las gentes es cierto, que yo lo vi.
Los niños, las mujeres, los otros ancianos lo escuchan, él viene de la ciudad, él ha visto a los hombres bestia de quienes hablaban las gentes de los otros señoríos, quieren oírlo decir que han ganado sobre los invasores, quieren que les diga que los padres, los hermanos, los hijos han triunfado en la guerra, pero el viejo se demora, está cansado, apenas puede hablar. Dice: - Ciertamente lloró Quetzalmazatl, señor nuestro, pero sus lágrimas ya nacían desde antes, desde que supo que los hijos de Chalco murieron a cuchillo, desde que supo que los falsos dioses arrancaron el corazón a los de Oaxtepec y Yecapixtla, desde que vio a los de Tlaxcala construyendo puentes con amates para que los hombres de más allá de las aguas se comieran los corazones de Cuauhnáhuac.
El Tlatoani lloró porque los vio y eran seres hambrientos de sangres y destrozos. Hasta sus muy sabios y ancianos oídos habían llegado las historias de cómo rompían las gargantas con las afiladas cruces de sus manos.
Había creído que los de Tlayacapan podrían vencerlos emboscándolos en los jagüeyes, pero después siguieron de frente para matar a los nobles guerreros de Yautepec y Jiutepec, donde además de los de Tlaxcala, se les unieron los hijos de Tepuztécatl.
El anciano mira cómo lo escuchan, se adivina el espanto, el deseo de venganza, la vergüenza y el dolor en los rostros, continúa: - Ya por entonces se palpaban, se podían oler las primeras lluvias, aunque todavía el sol estuviera muy alto y muy fuerte y dicen que Quetzalmazatl estaba envuelto en las nieblas del Teocalli pidiendo el consejo e invocando el favor de los dioses, mientras enfrente, en medio de la noche, se podían contemplar, como malas estrellas, las hogueras de sus campamentos al otro lado de la barranca, en Amanalco.
Ya nuestros guerreros los habían rechazado muchas veces. El Xochimilca y el Tenochca peleaban brazo por brazo y muchos invasores se fueron al sur, siguiendo la barranca.
Entonces comenzaron a escupir fuego y a correr encima de sus bestias, ya no se podía rechazarlos y los mensajeros anunciaban que los invasores habían penetrado la ciudad por los calpullis de Acapantzingo y Chipitlán.
Y todo porque nuestro pueblo seguía alimentando al orgulloso emperador Motecuhzoma, nos robaron los rostros, nos callaron los corazones para que Tenochtitlan se muera de hambre.
Andan diciendo las gentes que ellos mataron y quemaron, destruyeron y robaron en el nombre de su propio dios guerrero, al que se comen durante una ceremonia que llaman la misa.
Dicen también las gentes que obedecen al grito de un nombrado Gonzalo de Sandoval que era el mismo que sacrificó ante su Dios, a los hijos de Yecapixtla y Oaxtepec y que ordenó una mortandad como nunca hubo, ni cuando llegaron los ejércitos de Tlacopan, Tenochtitlan y Texcoco para someternos a tributo.
Y su dios es más terrible que Huitzilopochtli, si. Andan diciendo las gentes que mientras lloraba la ruina de Cuauhnáhuac, sus siervos le pedían que huyese para luego restaurar su reino, como cuentan que hizo Nezahualcóyotl, el príncipe de Texcoco, quien ya duerme con sus padres.
Ahora el viejo oye los llantos, mira las mujeres que aprietan a sus hijos con la esperanza de que no les sean arrebatados, ya no hay dónde huir, piensa. Los otros viejos callan, la hoguera se está apagando y no muy lejos, se oyen las voces de esos falsos dioses que hablan en extrañas lenguas...
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Crónicas de la ciudad Tlahuica
General FictionCada ciudad tiene personas que la definen. La ciudad Tlahuica es ejemplo de ello. En este libro, Juan Pablo Picazo mezcla la fuerza de su experiencia como reportero y observador de la realidad, con su talento narrativo y nos entrega una colección de...