Insomnio en cuarto menguante

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ES LA primera vez.

Nunca le ha dado insomnio, de hecho cree que tal cosa no existe, que sólo forma parte de los inventos de su madre la chantajista, quien siempre le dice que no puede dormir a causa de las preocupaciones, que se muere de angustia de sólo ver como se está descarriando, como se ha vuelto respondona y como se tarda en las fiestas a las que a regañadientes la deja ir, como dicen, cada muerte de un burro.

Desde que tiene memoria solamente le ha hecho falta recargar la cabeza para quedar automáticamente dormida. Su padre por ejemplo, le tomaba videos de cuando se quedaba dormida a todas horas: en el baño, comiendo, mirando televisión... eso fue antes que las abandonara. Ahora sin embargo, Gabriela es incapaz de pegar el ojo, pero no es como esas veces que piensa en Floriberto y se queda helada, sin respiración y se le espanta el sueño mientras piensa en él como si nada más importara en el mundo.

Sabe que no está nerviosa, que no es la competencia la que le roba el sueño. Ni Floriberto, quien ahora parece tan irreal como los cuentos que antaño contaba su madre. No. Este, su primer insomnio, está lleno de paz, de una nostalgia suave. Todos los ruidos de aquel edificio ajeno le llegan como opacados, incluso la lluvia que afuera cae. Está sentada en la cama y no tiene frío, ni siente calor, tampoco hambre, comezón o cansancio. Es como si flotara y está contenta.

Le extraña un poco porque nunca le ha faltado el sueño. Y pensar que siempre le ha costado trabajo abandonar la cama, meterse a bañar para ir a la escuela. Sobre todo cuando ella y su mamá vivían en la vecindad aquella, donde tenía que madrugar para ganar el baño comunitario porque si no, Don Bartolo salía a su barandal para espiarla desde arriba y casi tenía que enjabonarse pegada a la pared para evitar sus ojos morbosos.

Gabriela se ríe bajito mientras recuerda que en la secundaria era capaz de dormir toda la tarde y en la noche, acudir puntual a su cita con el descanso para enfrentar, al día siguiente, el sonsonete cansino del maestro de química, las quejas políticas de la maestra de historia, el aire perdonavidas de las prefectas, los sermones flamígeros del maestro de física, los discursos llenos de hastío que dictaba el de civismo y los coqueteos ridículos del maestro de biología.

Esta noche ni siquiera bosteza. Y eso que estuvo practicando la gimnasia hasta muy tarde. Hace tiempo que quiere dejarla, pero no se atreve porque su madre desea convertirla en una gimnasta famosa; al principio a ella también le entusiasmó, y tanto, que en su cuarto cuelgan aún las cuatro medallas conseguidas en los estatales infantiles, pero desde hace unos años ya no es una niña y aunque las amigas le envidian la buena forma, ella les envidia la libertad de comer lo que quieran, de ir a las fiestas, de tener novio.

Gabriela se enoja nada más de pensarlo. A sus amigas les permiten salir hasta bien entrada la noche, ella tiene que librar una batalla cada vez y encima, siempre escucha reproches cuando regresa. A escondidas se va a los tacos, a las hamburguesas y aunque difícilmente podría ser descubierta, se reprende a sí misma con las exactas palabras de su madre, luego se siente culpable y cuando llega a confesárselo con la esperanza de ser perdonada, hasta una bofetada recibe.

Sabe que es joven, que debe aprovechar su vida como mejor pueda, su propia madre le dice siempre que cuando sea mayor ya verá si tiene tiempo de divertirse, que ser adulto trae consigo innumerables fatigas y penas y hasta le recuerda que cuando ella nació, vio sus sueños de gimnasta truncados. Por si algo faltara, le ha dicho que ni Floriberto ni nadie debe acercársele porque los hombres se roban la vida de las mujeres como si fueran vampiros.

Muchas veces ha pensado en huir, en abandonar a su madre y aquella obsesión por hacerla gimnasta. Piensa que es injusto cuando recuerda que nunca le preguntó si quería, cuando piensa en que siempre la obliga, que le ha heredado ese sueño suyo a la fuerza a tal grado, que Gabriela ya no sabe lo que quiere ser en la vida. Luego se arrepiente y piensa que su madre es justa, sobre todo ahora, en ese hotel de Lisboa, a donde llegó luego de conquistar los juegos universitarios estatales, los regionales, los nacionales y es una de las favoritas para obtener el oro en la universiada internacional.

Ahora bosteza y observa como amanece. La puerta se abre y a Gabriela no le sorprende ver a su madre entrando en el cuarto para despertarla, ya conoce sus malos modos, siempre la sacude con violencia y la llama floja, inútil y escuincla del demonio y frunce los labios al recordar a la mamá de carolina, quien despierta a su mejor amiga llamándola reina, diciéndole que el mundo la necesita para ser más bello y que sin ella no puede salir el sol.

Pero esta vez su madre grita de miedo, Gabriela la oye dar alaridos de angustia, la ve salir al pasillo para llamar a la seguridad del hotel, mira la llegada de los paramédicos, sus vanos intentos por resucitarla, la llegada de los periodistas -¿cómo se enteran ellos de todo tan rápido?- observa su ir y venir y, sin sentirlo, se va quedando dormida.





Crónicas de la ciudad TlahuicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora