Parte nueve

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—¡¿Entonces ese bastardo de Mozu te amenazó para seguir la apuesta o de lo contrario le diría la verdad a Senku?! —graznó Minami, totalmente indignada.

—Deberíamos castrarlo —masculló Amaryllis, maquillándose, pero igual de molesta.

—Sabía que estaba tramando algo —murmuró Kirisame, pensativa—, pero de seguro esto no es todo, debe haber algo detrás.

—Es un idiota y ya, ¡nunca debí meterme en esta tontería para empezar! —Kohaku se llevó las manos al rostro con pesar—. No sé qué hacer ahora. Senku podría dejar de hablarme cuando sepa la verdad...

—Deberías decírselo —dijo Kirisame—. No dejes que Mozu te arrastré a otro de sus juegos. Es mejor que se lo digas tú.

—¡Claro que quiero decírselo! Pe-pero... —Suspiró pesadamente—. No quiero que deje de ser mi amigo...

—Y tienes que conquistarlo —agregó Amaryllis.

—¡Eso no va a pasar! —le gritó Kohaku—. ¡Solo quiero ser su amiga!

—Pero si sigues con la apuesta de Mozu, tendrías que conseguir una cita con Senku para ganar —le recordó Minami— y besarlo.

Al escucharlo, Kohaku no pudo evitar imaginarse el escenario, verse a sí misma cara a cara con Senku. Pudo imaginar cómo sería acariciar su rostro atractivo y pararse en las puntas de sus pies para presionar sus labios contra los suyos. No dejaba de preguntarse: ¿Cómo sería? ¿Cómo se sentiría besarlo? Quería averiguarlo. Podía imaginar su rostro tan cerca del suyo, podía verlo mirándola fijamente, viendo a sus labios, y acercándose cada vez más y más...

—¡Kohaku, Kohaku! —Amaryllis la sacudió por los hombros, pero la aludida ni siquiera reaccionó, con el rostro enrojecido y la mirada perdida, todavía soñando despierta—. Dios, está hundida hasta el cuello por él...

—La hemos perdido para siempre. —Minami rio nerviosamente.

Cuando Kohaku finalmente reaccionó, la campana que anunciaba el fin del almuerzo sonó y tuvieron que correr a clases, pero volvieron a reunirse para ir a casa juntas, aprovechando que Senku no tenía ganas de sobreexplotarla laboralmente hoy.

—¿Entonces qué harás? —preguntó Kirisame, muy seria—. ¿Vas a seguir con el juego ridículo de Mozu?

—Por ahora —murmuró Kohaku, no muy convencida—. Debo pensarlo. Por mientras, debo concentrarme en las Olimpiadas, no puedo descuidarme. Tengo mucho que estudiar.

Apenas llegó a su casa, se concentró en estudiar las cosas que Senku le había recomendado esa mañana.

Al recordar la mañana, Kohaku no pudo evitar fruncir el ceño al recordar la actitud de Senku. No estaba segura, pero le parecía que él estaba un poco distante, como si algo le preocupara o lo tuviera pensativo. ¿Estaba planeando otro proyecto científico además del cohete? Seguro que era algo como eso. ¿Qué más podría ser?

Sacudió la cabeza y siguió estudiando, necesitaba demostrarle a ese idiota del tercer promedio que ella merecía su puesto en el equipo de las olimpiadas.

Al día siguiente, Senku siguió extrañamente silencioso, concentrado en su proyecto, pero sin hablar mucho.

Kohaku extrañaba que le diera sus complicadas explicaciones, por más que no las entendía nunca, pero le gustaba escuchar la pasión con la que hablaba. Era mucho mejor que su silencio, al menos. ¿Por qué le daba la impresión de que algo le pasaba? Su expresión era tranquila, le daba órdenes con normalidad y trabajaba como siempre, pero aun así... Algo era diferente.

Le gustaría hablar con él, preguntarle si le pasaba algo o pedirle que le contara las funciones de la parte del cohete que estaba armando, pero la verdad tampoco se atrevía a hablarle mucho. Ahora que se había dado cuenta de que lo amaba, no quería delatarle sus sentimientos, menos al escucharlo decir que podía darse cuenta fácilmente de sus emociones.

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