Mas dudas que respuestas

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—¿Encontraste algo? —le pregunto por decimoquinta vez a Em.

—Nada —suspira rendida—. Llevamos tres días viniendo, casi nos damos vuelta la biblioteca buscando algo, la verdad ya no creo encontrar algo —admite frustrada.

—Oh, vamos, no te rindas —la animo mientras sigo buscando por las estanterías—. Todavía nos quedan unos estantes para revisar – los señalo.

Ella solo chista con la lengua y vuelve a buscar.

La verdad es que la entiendo. Llegamos aquí con la idea de que podríamos encontrar algo. El primer día leímos unos cuantos libros cada una, al segundo igual, y hoy, que es el tercero, nuestras ganas de seguir ya no existen. Es frustrante. Uno creería que en un pueblo tan viejo pasarían cosas extrañas, pero al parecer lo único extraño que ha pasado en años, además de las desapariciones de ves en cuando, fue el supuesto delirio de una anciana que creyó ver un gnomo de jardín.

Después de una hora más o menos, y ya con los ánimos por el piso, nos rendimos y empezamos a acomodar todo.

Estábamos hablando de cosas sin sentido cuando se escuchó un fuerte golpe al otro lado del pasillo.

—Eso no fue mi imaginación, ¿verdad? —susurro, y ella niega.

—Yo también lo escuché —afirma.

Señor, si estas ahí, soy yo de nuevo.

—¿Habrá llegado alguien más? —vuelvo a susurrar mientras me acerco a ella.

—¿Alguien más? Somos las únicas que han pisado este lugar en años —me responde.

Bien, la verdad eso no es muy motivador.

—¿Vamos a ver? —pregunta.

—No, ni loca —niego—. Larguémonos de aquí. Quiero vivir un día más.

—Sí, yo también —nos giramos para irnos—. Vámonos.

Cuando ya estábamos cerca de la salida, comenzamos a escuchar ruidos como de alguien caminando y arrastrando algo. Yo solo miro a Em y me tapo la boca con las manos; ella me mira alarmada con los ojos bien abiertos.

—Rápido, rápido —me agarra del codo y me empieza a arrastrar hacia la salida.

—¿A dónde van? —alguien habla, haciéndonos congelar en nuestro lugar.

Esa voz no es normal. Oh, Dios, no quiero morir.

—¿No encontraron nada? —tose, y nosotras nos giramos despacio y en silencio—. Es una lástima.

Cuando ya estamos totalmente de frente a la voz, nos damos cuenta de que es una diminuta anciana con una bolsa de libros a sus pies.

En ese momento, nuestras almas volvieron a nuestros cuerpos.

—No, nosotras... —aclara la garganta Em—. No encontramos lo que queríamos. ¿Usted es la bibliotecaria?

—Sí, cariño, esa soy yo. Las he visto estos días, pero nunca se llevan un libro —suspira, arrastrando la bolsa hasta el mostrador—. Es lindo ver que la juventud sí lee y no se han perdido las buenas costumbres —trata de subir la bolsa al mostrador sin éxito, haciendo que vaya a ayudarla—. Muchas gracias, linda —me sonríe.

—No es nada —susurro angustiada. Estoy segura de que ella nunca estuvo aquí estos días.

—Así que... —se acomoda detrás del mostrador y empieza a sacar los libros—, ¿qué era lo que buscaban?

—Bueno, queríamos ver si había algo de sucesos pasados del pueblo, ya sabe... —empieza a explicarle Em.

Mientras tanto, yo me pongo a ver los libros que había sacado. Hay uno en especial que llama mi atención. Es de tapa dura con trazos dorados y una mariposa dorada en el centro, nada más, sin nombre ni epílogo. Me entretengo hojeándolo, echando pequeñas miradas hacia Em de vez en cuando, cuando algo entre las hojas me hace detenerme.

Tengo que llevarme este libro. Es lo primero que pienso.

—Eh, disculpen —corto su charla—. Pero, ¿podría llevarme este libro? —lo señalo—. Me encantan las historias de magia —miento, logrando que Em me mire con una cara rara.

—Sí, claro, cariño —lo toma la anciana—. Es más, te lo regalo. Estos libros son los que se donan porque no se leen. Es bueno que tenga otra oportunidad —dice, volviéndome a dar el libro.

—Muchas gracias, en serio —sonrío—. ¿Sabe quién lo escribió?

—No estoy segura, nena —suspira—. Este libro está aquí desde antes de que yo llegara, y mira que hace años que lo estoy —bromea—. Debe haber sido de alguien que no se animó a sacarlo a la venta. Por lo que sé, es el único tomo que hay —informa.

—Oh, es una lástima —digo.

—Sí lo es —habla Em—. Pero bueno, no se puede hacer nada al respecto. Fue un placer conocerla, señora Luz —se despide ella, empezando a caminar.

¿Luz? 

—Fue un placer —digo yo, siguiendo los pasos de Em.

—El placer fue mío, niñas. Ojalá vuelvan —es lo último que escuchamos antes de salir.

Caminamos unas cuadras en silencio, mirando hacia atrás cada minuto.

—Ahora sí —se gira a mirarme—, ¿qué es eso de "... me encantan las historias de magia..."? —inquiere ella—. Si vas a mentir, hazlo bien. Se te notó en la cara la mentira —me señala.

—Es que, escúchame —la corto—. Encontré algo muy interesante aquí —abro el libro y señalo lo que descubrí—. "... criaturas monstruosas, con el cuerpo todo quemado y sin ojos, criaturas de la noche, terroríficas..." —cito—. ¿Crees que sea coincidencia?

—A ver —me lo quita—. No, definitivamente esto no es una coincidencia —indica—. Hay muchas similitudes. Y escucha esto: "... si eres de dónde vienen, si eres diferente, si la magia corre por tus venas, ellos lo sabrán y vendrán a buscarte, te querrán a ti y a los que te rodean, controlarán tus sueños y cuerpo..." —termina de leer—. Demonios, esto no es bueno.

—Espera, espera —freno, parando de caminar—. ¿Sangre por nuestras venas? ¿Si eres de dónde vienen? No me digas que crees en eso —río histéricamente.

Ella no contesta, y eso confirma mis sospechas.

—¿Por qué no? Rubí, si esa cosa es real, ¿por qué no creer en esto? —señala el libro.

No contesto porque no puedo hacerlo. Sé que tiene razón, y me asusta que la tenga.

—Hay que llamar a los demás. Si esto es verdad, va más allá de lo que creíamos —empieza a caminar, y la sigo—. Si esto es verdad, todo en lo que creíamos es una mentira —me mira—. Ya no sé en qué creer, Rubí —susurra.

—Yo tampoco, Em. Yo tampoco —la apoyo, agarrando su mano y siguiendo caminando en silencio.

En ese momento, no sabíamos, pero debimos habernos quedado con la duda.

¿Crees en la magia? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora