Una segunda oportunidad

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Me desperté con una mezcla de ansiedad y determinación. Los acontecimientos de la noche anterior seguían frescos en mi mente. La esfera negra, el desmayo de Dalton y nuestras discusiones sobre el misterioso ritual del profesor Flicher se mezclaban en mi cabeza. Sabía que necesitábamos respuestas, y pronto.

Pero había algo más en lo que no podía dejar de pensar: Finn. No podía olvidar la primera cita que habíamos tenido, arruinada por mi torpeza al derramarle el helado encima, y por culpa de mi torpeza no había podido reunir más información al respecto. Había algo en él que me atraía, algo que me hacía querer saber más. Además, sentía que él podía tener información valiosa sobre lo que estaba ocurriendo en el pueblo.

Decidida, me vestí y tomé mi teléfono. Respiré hondo antes de marcar su número. Los segundos que pasaron mientras sonaba el tono se sintieron eternos.

—Hola, Rubi —dijo Finn al contestar, su voz suave y amigable.

—Hola, Finn. Oye, quería disculparme por lo del otro día. Siento mucho haberte tirado el helado encima —dije, tratando de sonar casual—. ¿Te gustaría darme otra oportunidad para compensártelo? Podríamos salir esta tarde y aprovechar el buen clima de sábado.

Hubo un breve silencio antes de que respondiera.

—Claro, Rubi. Me encantaría. ¿A las cinco en la heladería de nuevo? Prometo llevar una camiseta extra por si acaso —bromeó.

—Perfecto, nos vemos allí —respondí, sintiéndome un poco más relajada.

Colgué y suspiré, intentando calmar los nervios que ahora me recorrían. Tenía una oportunidad de redimirme y, al mismo tiempo, tal vez descubrir más sobre Finn y sus amigos. Y si todo salía bien, obtener más información.

La tarde llegó rápidamente. Me dirigí a la heladería, tratando de recordar todas las preguntas que quería hacerle sin parecer demasiado sospechosa. Cuando llegué, Finn ya estaba allí, sonriendo y con una camiseta nueva, como había prometido.

—Hola, Finn —dije, devolviéndole la sonrisa.

—Hola, Rubi. Vamos adentro, tengo ganas de un helado —respondió, abriendo la puerta para que pasara.

Entramos y pedimos nuestros helados. Esta vez, me aseguré de sostener el mío con firmeza. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, y Finn comenzó a hablar de cosas triviales, como la escuela y los deportes.

Decidí que era momento de desviar la conversación hacia algo más sustancial.

—Oye, Finn, ya que tú y tus amigos son bastante nuevos en el pueblo, no he tenido la oportunidad de conocerlos bien. ¿Podrías contarme un poco sobre ustedes? —pregunté, tratando de sonar casual.

Finn pareció un poco sorprendido por la pregunta, pero luego asintió.

—Claro, no hay problema. Como sabes, nos mudamos aquí hace unos meses. Mis amigos y yo éramos parte de un grupo de estudio en nuestra antigua escuela. Nos dedicábamos a investigar temas... inusuales —dijo, sonriendo de manera enigmática.

—¿Inusuales? —repetí, fingiendo curiosidad—. ¿Cómo qué? —por favor, Diosito, que siga hablando.

Finn tomó un sorbo de su bebida antes de responder.

—Bueno, nos interesaban las historias antiguas, los mitos, y, a veces, las prácticas rituales. Nada peligroso, solo cosas que nos parecían fascinantes. Aquí en RoseBlood encontramos muchas historias locales interesantes que queríamos investigar. —nada peligroso, sí, cómo no.

—¿Las historias del pueblo? —pregunté—. ¿Sabes que son solo mitos para asustar a los niños, verdad?

—Bueno, bien dicen que las historias suelen tener algo de verdad —sonrió, guiñándome un ojo.

¿Crees en la magia? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora