—Bien, este es el plan —susurra Ethan primero.
Estamos todos reunidos en la puerta del salón de D y mío. Anoche llegamos a la conclusión de que sería buena idea investigar discretamente al profesor y, claro, también a Finn. Por eso estamos aquí tratando de no llamar demasiado la atención, aunque estar reunidos en círculo y susurrando no está ayudando mucho.
—Rubi se encargará de hablar con Finn —señala Ethan—. Por otro lado, D se encargará de hablar con el profesor aprovechando que tienes que quedarte después de clases con él —me señala a mí—. ¿Entendieron?
—Sí, señor —respondemos ambos.
—Ok, entonces nos vemos en el receso —se despide Em.
—Nos vemos, chicos. Suerte —dice Dixi.
—Bye —agrego.
D y yo nos damos la vuelta y entramos al salón, tomando nuestros lugares.
—Bien, Joya, es momento de sacar nuestros dotes actorales —habla D girándose hacia mí—. Para algo tendrán esas clases de teatro a las que fuimos de niños.
—D, cariño, nos echaron a la semana —rio—. Éramos malísimos.
—Sigo pensando que fue porque no podían con nuestro talento —suspira D—. Por Dios, nuestra interpretación del Cascanueces fue la mejor —dice indignado.
—Literalmente, no dejábamos de reír cuando decíamos nuestras líneas —señalo—. Nunca había visto a una profesora tan enojada.
—Sí, pero... —es interrumpido por el profesor que entra seguido de Finn—. Nuestras presas han llegado —susurra D acomodándose.
Yo suelto una risita baja y no contesto.
—Buenos días —saluda Finn sentándose en su lugar.
—Buenos días —respondo.
Luego de eso, ninguno volvió a hablar y comencé a sentirme impaciente.
—Bien, alumnos, el día de hoy harán un ejercicio en grupo con sus compañeros de banca —informa el profesor, ganándose el abucheo de muchos—. Sí, sí, quejense, pero el trabajo lo van a tener que hacer igual.
Creo que el mundo está de mi lado hoy. Gracias, mundo, no volveré a insultarte jamás.
—Hoy teóricamente es una clase de historia —comienza el profesor mientras entrega una hoja en blanco a cada grupo—. Pero no quiero hacerla tan aburrida como una clase normal. No quiero solo hablar y que ustedes escuchen. Por eso pensé en este trabajo —se detiene en su escritorio—. Hoy uniré ambas asignaturas. Quiero que escriban una carta, una carta en la cual ustedes sean los personajes. Tienen que tener en cuenta la época victoriana que trabajamos en esta materia, pero también tienen que escribir algo fantástico en esta carta —explica—. Una persona del grupo tiene que ser un aristócrata y el otro un simple trabajador. Pueden ser amigos, amantes, incluso familia. Lo importante aquí es que expliquen lo que está pasando por su mente, cuenten sus penas a la otra persona y que la otra persona sepa cómo contestar —termina—. No se olviden del lado fantástico —apunta—. Pueden comenzar.
Esto va a ser más complicado de lo que pensaba.
—Bien —habla Finn—, yo puedo ser el trabajador. Pienso que el papel de aristócrata te queda mejor a ti.
—Seguro, principalmente por mis modales —digo sarcástica.
—No, sino porque sería un desperdicio que con tu rostro fueras una simple trabajadora —habla Finn tranquilo sin mirarme.
Empezamos fuerte.
—Tienes razón, esta belleza no se ve en todos lados —rio haciendo que él también se ría.
Luego de eso, empezamos a organizar cómo sería nuestro trabajo. Para simplificar, se trata de una mujer noble que le escribe a su hermano, el cual al no ser reconocido por su padre, terminó siendo un pobre trabajador. La mujer, angustiada, le escribe una carta explicando su preocupación por lo que está sucediendo en la casa. Ella menciona que a veces las cosas se mueven sin ser tocadas, que se siente observada y paranoica. Por otro lado, su hermano le contesta que no tiene que preocuparse, que él se encargará de averiguar lo que está sucediendo. Después de una ida y venida de cartas, él descubre que todo es obra de una bruja celosa de todo lo que tiene su hermana. Al final, la carta termina con una despedida de ella hacia él, diciendo que no puede lidiar con todo lo que está pasando y que, si sigue así, se volverá loca.
—Si no sacamos una buena nota con esto, agarro al profesor de los pelos —le susurro a Finn.
—Yo te acompaño. Definitivamente, eso es digno de una novela —responde Finn.
Nos reímos en silencio después de eso. Nadie había entregado aún, así que esperamos un poco más.
—Entonces, Finn, dime —llamo su atención—, ¿te has acostumbrado a la vida lenta de Roseblood?
Primer paso para el plan, hacerme la tonta.
—Claro, aunque no lo creas, es lindo ir a este ritmo —contesta Finn.
—¿Really? Yo nunca cambiaría la belleza de Irlanda por esto —señalo hacia la ventana.
—Bueno, el pueblo es lindo. Además, ya no teníamos nada más que hacer allí y el traslado del trabajo de mis padres nos vino genial —le resta importancia.
—Bueno, si tú lo dices —suspiro—. ¿Tienes hermanos?
—Eh, sí —responde extrañado—. ¿Por qué el interés? —pregunta.
Ay, Diosito, ¿metí la pata?
—No, por nada —respondo rápido—. Es que la mayoría del pueblo no los tiene —qué tiene que ver eso, tonta—. Además, hablas como si fueran más que tus padres y tú.
—Así que era eso —asiente Finn—. Tengo dos hermanos menores, son gemelos y son un dolor de cabeza de vez en cuando —sonríe—. Deberías conocerlos. Creo que se llevarían bien contigo y tu personalidad.
—¡Eso sería genial! —hablo demasiado alto, ganándome una mala mirada del profesor—. Lo siento —me disculpo—. La verdad es que siempre quise un hermano, pero mis padres siempre decían que si yo me metía en problemas, sería mucho peor si tuviera un hermano —me salve, me salve, soy genial.
—¿Te metes en muchos problemas? —pregunta curioso.
—No muchos —miento—. Bueno, la verdad es que sí, suelo ser bastante curiosa —admito.
—La curiosidad mató al gato —dice mirándome fijo.
—Pero el gato murió sabiendo —le devuelvo la mirada.
Esa es mi frase.
—Tienes razón —es lo último que dice antes de que suene el timbre.
—Entreguen todos y pueden salir —habla el profesor.
Finn se levanta con la hoja en la mano y yo hago lo mismo.
—Yo... —se para y me mira—. Me estaba preguntando, ¿quieres ir a tomar un helado después de clases?
—Eh, claro, no hay problema —más oportunidades para sacar información.
—Genial, pensé que dirías que no —es lo último que dice antes de entregar el trabajo y salir rápidamente del salón.
Mientras yo me quedo parada en mi lugar como una estatua. ¿Acaba de pasar lo que pienso que acaba de pasar?
—Rubi —me saca de mis pensamientos D—, vamos que tengo hambre —habla pasando un brazo por mis hombros y dirigiéndonos hacia afuera.
Supongo que sí pasó.
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¿Crees en la magia? ©
FantasyEn el pequeño pueblo de Roseblood, la quietud de la noche siempre ha sido un manto de tranquilidad, un refugio del bullicio del día. Pero en los últimos meses, un rumor ha comenzado a propagarse como el fuego entre sus habitantes, un murmullo inquie...