Nineteen

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Desde el primer momento en el que Fargan la vio había quedado simplemente maravillado. La belleza de aquella mujer lo tenía simplemente encantado y no sabía muy bien porqué.

Todo de ella le atraía y se le hacía en extremo difícil apartar la mirada de ella. Igualmente lo hacía, cuando comenzaba a notar que sus movimientos se volvían en señal de incomodidad se obligaba a voltear la cabeza.

La deseaba.

La deseaba como no había deseado a nadie más. Y le extrañaba, porque Fargan nunca se había dejado llevar por el instinto y mucho menos le había pasado que su primera impresión de una persona fuese aquella.

Y sin embargo ahí estaba. Reprimiendo su deseo por una doncella que tenía alojada en su hogar, deseando tocarla en todo momento y obligándose a sí mismo a ni siquiera intentarlo.

Pasó los primeros días pegado a ella, charlando, preguntándole sobre su vida antes de llegar al pueblo, llenándola de atenciones y hospitalidad casi innecesarios, buscando cualquier pretexto para que, siquiera, sus manos rozasen.

Con el pasar de los días la personalidad de Dulce se fue destensando. Parecía más cómoda a su alrededor y menos reacia a sus atenciones.

Comenzó a mostrarle sonrisas que le arrancaban la respiración, a hablar de manera más desinhibida y, lo más importante, a buscar contacto físico también.

Comenzó con pequeños roces de sus manos mientras miraban juntos la televisión, empujones de hombro cada que se cruzaban por los pasillos, contacto visual que se sentía como electricidad por todo el cuerpo del moreno.

La primera vez que la besó fue durante una conversación. Fargan le contaba a la muchacha sobre su jornada laboral sin notar que ella se acercaba más de a poco en poco. Su respiración se volvió errática y sus palabras torpes cuando la notó lo suficientemente cerca que sentía su pacífica respiración sobre la boca.

Dulce lo miró a los ojos apenas por unos segundos antes de juntar sus labios en un beso que resultó aliviador para Fargan.

Sintió liberar semanas de tensión con el tacto de Dulce, una satisfacción indescriptible le recorrió el cuerpo y le maravilló aún más que la doncella decidiera no parar ahí.

Acostarse con ella fue probablemente el acto más placentero que pudo experimentar en mucho tiempo.

Todo de ella le fascinaba; La suavidad de su piel, la firmeza y perfección de sus atributos, sus asertivos movimientos, sus gestos y sonidos, su cabello, sus labios, sus besos.

Todo de ella resultaba tan hipnotizante, tan erótico, estar con ella se sentía como estar flotando en una nube. Una sensación tan irremplazable.

Y era adictivo. Tan adictivo que Fargan no paraba de pensar en ella y sentía que haría cualquier cosa por ella si eso le garantizaba que al final del día la tendría solo para él. La doncella parecía conforme con ese compromiso.

Estaba completamente seguro de que estaba loco y perdidamente enamorado de Dulce, ahora y para siempre.

O al menos eso pensaba...

- ¿Cuánto? - preguntó consternado, siguiendo con la mirada a su compañero que terminaba de revisar unos papeles.

- Tres días, Fargan - repitió - Relájate, no es para tanto - señaló con cierto fastidio.

- ¿Qué no es para tanto? ¿Desde cuándo hacemos misiones de tres días? - replicó. Alexby suspiró.

- Escucha, Fargan - finalmente dejó de lado todo para aclararle todo al otro - Yo sé que piensas que todos los pecadores del mundo están en Karmaland, pero no es así - Fargan abrió los ojos con sorpresa - El Dios perfecto que conoces y que gobierna allá afuera no sabe reconocer lo que nuestros Dioses sí -

Maldición //FARGEXBY//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora