El lúgubre rincón de la grandiosa capilla.
Haber abandonado Alemania para regresar a Corea había sido una decisión desafortunada. Desde que mi padre falleció en batalla, mi madre decidió volver a su ciudad natal y comenzar una nueva vida. Aunque extrañaba el aire fresco del viejo continente, me esforcé por ocultar mi descontento y disfrutar junto a mi familie* de la inmensidad de Asia.
Desde mi infancia, he sido un devoto seguidor de Dios. Mi madre se dedicaba diariamente a trabajar en la iglesia del Condado, recolectando las generosas donaciones que se ofrecían. Sin embargo, al finalizar las ceremonias, sus dedos juguetones se deslizaban dentro de la canasta y se llevaba una buena parte del botín. Pero ¿cómo pasar desapercibida ante los ojos del cura de la catedral? Mutter* era una dama sagaz que aprovechaba cada oportunidad para buscar el bienestar de su progenie y, justificar sus acciones bajo la palabra del Catecismo del oratorio: "el reconocimiento de la familia...protegerla y favorecer la prosperidad doméstica", después de todo ¿quién sería lo suficientemente hombre para juzgar a una madre en apuros? Tan pronto como percibió la limitación visual del distinguido caballero, no vaciló, ni por un instante, en sacar provecho de ello. El capellán ciego depositaba plena confianza en la familia Jeon, especialmente en la alegre y pulcra persona de Mutter.
Durante toda la semana, desde el lunes hasta el domingo, asistíamos a la misa y entonábamos melodías en el coro de la majestuosa Iglesia. Mis dos hermanos mayores, con su habilidad vocal, elevaban dos tonos por encima y, como el bruder* menor, yo aprovechaba su talento para conmover a los fieles y lograr que sus donativos superaran los de las celebraciones anteriores.
Mi progenitora demostraba una insaciable avaricia, y nosotros, como sus fervientes seguidores, no tardamos en colmar nuestros bolsillos y convertirnos en jóvenes pretenciosos y adinerados. Incluso, después de tanto esfuerzo, logramos trasladarnos a una de las residencias más distinguidas de toda la comunidad.
Nuestra vida parecía transitar por senderos de opulencia. La fortuna dejó de ser un obstáculo para nosotros y nuestra progenitora parecía tener un sinfín de oportunidades tanto en el ámbito laboral como en el afectivo. Caballeros ingresaban y salían por las puertas de nuestro hogar, convirtiendo todo en una monótona y tediosa rutina. Sin embargo, todo cambió cuando un último individuo, ataviado con ropajes eclesiásticos, irrumpió sorpresivamente en el techo de nuestra mansión de dos pisos.
Mama*, en aquella ocasión, había confeccionado el más exquisito de los manjares, dispuesto en las bandejas más elegantes y luciendo su impecable vestido de un cautivador tono vino. En esa misma velada, mis hermanos, en busca de alpiste, abandonaron el hogar y me dejaron solo en compañía de los encantadores enamorados.
Mi madre empleó el vino para crear una atmósfera adecuada, sin embargo, a pesar del transcurso del tiempo, el alcohol continuaba siendo uno de sus mayores adversarios, por lo que, tras apenas probar un sorbo de su copa, se desplomó exhausta en el sofá. El capellán me indicó callar con tan solo un gesto, llevó a mi madre en sus brazos como si fuera una princesa de poca valía y se desvanecieron por el corredor de la segunda planta. Mis oídos de niño eran ingenuos y fantasiosos, aunque mi conciencia de adulto sabía que los gritos que mi madre profería no eran de un gozo supremo, sino que detrás de ellos se escondían múltiples notas de tormento.
Mis hermanos no volvieron a casa y mi madre se perdió dentro de la sombra de su alcoba. Mi pequeño traje me asfixiaba, pero era tan crío que mis lerdas manos no me aportaban la destreza que se necesitaba para desabrocharme los botones del holgado saco.
Minutos más tarde, me mantuve sentado en la sala, aguardando la llegada de los distinguidos "príncipes" que me rescatarían de mis apuros y me acunarían para dormir en medio de ese trance y gélido invierno. Aquella noche en la que mi madre cambió, mis hermanos perdieron su identidad y yo continué siendo el joven blanco del vecindario, sediento de convertirme en un hombre sin igual.
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—Amén.
Mi madre no alzaba la cara. Su lineal compostura se descaminaba en una evidente curva. Mis hermanos salieron del coro y ahora me tocaba estar solo, en compañía de la vieja Jeon y el principal priester*.
La gente menguaba día tras día, especialmente cuando los chismes sobre nuestra doble vida comenzaron a circular por el vecindario. Con el paso del tiempo, nos expulsaron de la Iglesia y nuestra casa de ensueño se transformó en una sombría guarida de brujas.
¡Qué triste era la vida de un niño de tan solo cinco años!
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Antes que nada pido disculpas por hacer uso de un idioma que desconozco, pero me hace ilusión recuperar la esencia de Herr White. Dicho esto abrimos el Traductor alemán-español.
1. Familie: Familia.
2. Mutter, mama: Madre.
3. Bruder: Hermano.
4. Priester. Sacerdote.Nota. El uso de sustantivos no se utiliza correctamente según la estructura de la oración, simplemente se hace uso de ellas como un "sinónimo" y referencia al uso del idioma que destaca en el título de la historia. ¡Muchas gracias!
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Herr White ➤ kookgi [+21].
FanfictionEN CURSO. ➤Contenido adulto, religioso, vulgar, violencia y narración poco profesional. ➤Uso (en ocasiones) de palabras/adjetivos en alemán. ➤Herr: título de cortesía en alemán, equivalente a "señor". De fenomenales discotecas mariposa hasta la gél...