Neun

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Ich bekenne*





Y aquí me encontraba una vez más. Afuera de la majestuosa iglesia, esperando pacientemente a que mi padre apareciera para verlo tan solo por unos breves segundos. Las imponentes puertas del templo se abrieron por completo y los místicos salieron en procesión. Mis ojos se posaron en el anciano, en el ladrón, en la entrometida y finalmente en mi querido profesor.

Su cabello había cambiado. Ahora lucía una melena blanca, testigo del paso implacable de los años, peinada hacia atrás. Sus trajes también habían cambiado, dejando de lado los ropajes llenos de colores para dar paso a sencillas vestiduras negras.

Me dolía verlo tan diferente, y no pude evitar preguntarme si la razón de su repentino cambio había sido la muerte del Señor Gruñón... o quizás fue justo después de mi inesperada partida.

Por un capricho del destino, nuestros ojos se encontraron. Su serenidad se desvaneció y la ira, como en aquel fatídico día, volvió a invadir su rostro. Su reacción me sorprendió y ahora era yo quien huía de su presencia. Comencé a caminar lo más rápido que mis pies me permitían, pero él no se quedó atrás, siguiendo mis pasos con determinación.

Mis subordinados obstaculizaron mi avance y, antes de que pudiera replicar, un estridente grito nos sobresaltó a todos.

— ¡Jeon JungKook!

Di media vuelta en el acto, justo cuando una bala rozó mi muslo derecho. La piel me ardía como el infierno, pero no permití que me derribara. Al contrario, ensanché el pecho y demostré seguridad.

¡Herr! * —Jaebum emergió con un semblante de temor, desplegando rápidamente disparos en todas las direcciones concebibles.

Exclamé con firmeza:

— ¡Cesen el fuego inmediatamente! — mientras mi voz resonaba en el aire y mi mirada se clavaba en cada uno de los hombres armados que me rodeaban.

Jaebum bajó el arma, los otros varones seguían con el cañón en alto, apuntando a la cabeza de mi padre.

— ¿Cuál es el motivo de tu visita? —inquirió con un matiz de melancolía.

Mis labios se negaron a pronunciar palabra alguna. Las brisas danzaban entre nuestros cuerpos, produciendo un suave susurro que añadía un toque especial a tan dramático escenario.

— No deberías regresar a Busan, JeonGguk —me advirtió—. Los padres de TaeHyung han puesto precio a tu cabeza.

— ¿Es por eso por lo que me disparaste, padre? —interrogué, señalando la reciente y sucia herida— ¿Estás dispuesto a cobrar más de un millón por la vida de tu propio hijo?

En este momento, le correspondió a él guardar silencio. Jaebum dio instrucciones para regresar a los vehículos, pero las palabras de JiMin me hicieron detenerme en seco.

— No. Sin embargo, estoy dispuesto a arrebatarte la vida con mis propias manos antes que cualquier otro desgraciado.

Ambos aguardábamos ansiosos la respuesta del otro. Anhelábamos unas palabras de aliento que rompieran con nuestros pensamientos, que fueran lo bastante poderosas como para escapar juntos... pero no fue así. Con esfuerzo, me alejé de allí. Escuchaba sus pasos siguiendo los míos, hasta que llegamos al elegante vehículo negro que conducía.

— ¿Volverás? —preguntó.

— ¿Estás dispuesto a dejar atrás el pasado? —repuse.

Así, dimos fin a nuestra gélida charla. Él anhelando una visita inesperada y yo aguardando un perdón merecido.

Un instante compartido.

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Millones y millones de dólares arribaban al puerto junto con el flamante cargamento. Mis hombres, armados hasta los dientes, se desplegaban para recibir la embarcación que se acercaba a la orilla.

Herr* —escuché por el comunicador—, la nave está vacía.

Los walkie-talkies se silenciaron. Jaebum alertó a los individuos que nos acompañaban en la sala y nos dirigimos al muelle. En el trayecto, nos topamos con un compañero gravemente herido que apenas podía articular palabras. Jaebum se acercó a él y sostuvo su débil cuerpo.

— Nos encontramos rodeados, Herr*. Aparecieron alrededor de treinta individuos de la cabina —relató con voz ronca—. Los miembros de la dinastía han sido aniquilados por completo.

— ¿Quién fue el responsable de dispararles?

— Un pelirrojo, un castaño y...—tomó una gran bocanada de aire para continuar—. T-tu...

— Tienes la temperatura elevada —dijo Jaebum, secando el sudor que resbalaba por la frente del informante.

— ¡¿Quién más les disparó?! —lo agarré por los hombros, sacudiéndolo con rudeza.

Sus ojos se quedaron abiertos —de par en par— y sus palabras se perdieron en el viento.

— Nos marchamos —dije, soltando al individuo—. Preparen las camionetas.

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Tomé asiento en los primeros bancos de la iglesia, aguardando la llegada del padre que escuchará mis más íntimos recuerdos. La cruz, que ahora contemplaba, brillaba bajo las luces del candelabro suspendido en el centro. Me sumergí en mis pensamientos, inclinando la cabeza cada vez que el tono anaranjado apuntaba hacia el otro extremo de la cruz. El rostro de nuestro Señor estaba ligeramente cubierto de polvo y en sus manos reposaban algunas telarañas.

Los tacones del sacerdote resonaron en el pasillo principal. Me puse de pie y, sin darle la espalda al Redentor, saludé con cortesía al intruso.

— Buenas noches, señor padre.

— Has llegado con una sorprendente antelación de media hora —respondió con asombro.

— Me encuentro apremiado por el tiempo —expresé.

Nos dirigimos juntos hacia el confesionario, donde el capellán pronunció sus palabras hasta que llegó mi turno. En ese momento, confesé todos los secretos que había reprimido durante tanto tiempo. Acepté sin reservas haber asesinado a las parejas de mis padres, asumiendo así la responsabilidad de su muerte. Pero eso no fue todo, también reconocí el odio indiscutible que había provocado en mi profesor. No me detuve ahí, confesé mi involucramiento en la venta y distribución de narcóticos, secuestros y lavado de dinero. Además, admití mi consumo desmesurado de alcohol y tabaco. No dejé ningún detalle sin mencionar, incluso informé al todopoderoso, a través de mis palabras y las del sacerdote, sobre mis pactos con extranjeros y altos mandos de la sociedad.

— Finalmente, deseo disculparme por manchar mis manos en tu sagrado templo, mi Señor — pronuncié, desconectando el arma de mi pantalón.

Tres disparos fueron suficientes para poner fin al glotón de la iglesia. Salí sin apuro, me persigné y cuando las grandes y pesadas puertas de madera se abrieron, cientos de agentes uniformados me aguardaban en la salida del santuario.

Jaebum estaba siendo maltratado contra la pared, al igual que mis demás hombres de compañía. Cuatro oficiales se apresuraron a esposarme y desde la distancia lo observé. Mi padre estaba con las manos en la espalda, contemplando en silencio mi captura, y a su lado se encontraban dos hombres elegantes: uno pelirrojo y otro castaño, ambos vestidos con trajes impecables.

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Traductor alemán - español. 

1) Ich bekenne. Confieso que.

2)  Herr. Señor. 

— seephany. 

Herr White ➤ kookgi [+21].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora