Neunzehn

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Pequeño ladrón. 



La estancia se encontraba desprovista de cualquier presencia. Tras los sucesos ocurridos, Sakurada partió, asegurándome que, al regresar de su travesía, se comunicaría conmigo para concertar un segundo encuentro.

Tan pronto como salió, los hombres que lo custodiaban depositaron un maletín de metal a los pies de la cama. Aunque mi deseo de abrirlo ardía en mi interior, me invadía un temor abrumador al adueñarme de lo que ahora me pertenecía.

—Oh, cielos...—susurré al percibir cómo el objeto ejercía presión en mis brazos.

Con inquietud, desabroché los cierres y la desilusión se reflejó en mi rostro al descubrirlo tan vacío como mis bolsillos. Me deshice de los fragmentos de papel que lo cubrían hasta llegar al fondo, donde una carta aguardaba para ser leída. La ortografía era impecable, casi como su caligrafía.

"Que tus ansias de satisfacer tus carnales apetitos sean superiores a tu codicia por la riqueza."

— ¡Hijo de perra! —proferí con furia, arrojando con desprecio aquel trozo de papel que arruinó por completo mi velada.

Ahora bien, ¿de qué manera podría convencer a mi hermano acerca de mi desdichada tragedia? Sin duda alguna, se encuentra exhausto de mis engaños y probablemente me enviaría de regreso a casa, culpándome una y otra vez por el sufrimiento que aún le ocasiono a nuestra amada madre.

Tomé el último rastro de mi dignidad y me atavié con lentitud. No me di el lujo de tomar una ducha, pues mi frustración era tal que ni siquiera el agua artificial de la regadera podría borrar el desagradable episodio que aconteció horas atrás.

Una vez en el exterior, la recepcionista me despidió con una mirada mientras cruzaba por la salida.

"Al menos tuvo la cortesía de pagar por la estancia", pensé con tristeza.

Realicé un esfuerzo por contactarlo, sin embargo, todas mis llamadas fueron redirigidas, por lo tanto, aproveché mi última comunicación para dejar un mensaje nítido y contundente en el buzón de voz.

— Pagarás muy caro por esto.

Mis palabras amenazantes eran solo una fachada, en mi interior ardía el deseo de arruinar por completo su trayectoria profesional. La vida de mi madre pendía de un hilo y, sin importarle en lo más mínimo la gravedad de la situación, se aprovechó de mí para satisfacer sus instintos más primitivos.

Mi teléfono móvil vibró, advirtiéndome de la llegada de un nuevo mensaje. El nombre de Chan aparecía en el primer texto de mi bandeja de entrada y su aviso era sencillo: "Apresúrate, mamá necesita hablar contigo". Un mensaje lo suficientemente importante como para correr por la avenida. Mi mala suerte era evidente, ya que todos los vehículos de servicio estaban ocupados. Si mis cálculos no me fallaban, el hospital se encontraba a unos quince minutos de distancia, por lo que no dudé en tomar aire y ponerme en marcha hacia la clínica.

Como cualquier ser inmortal, me deslizaba entre los vehículos sin importar los estridentes bocinazos que estos emitían. Incluso me vi envuelto en una disputa con una respetable dama de edad avanzada, quien se atrevió a insultarme tras patear accidentalmente a su canino.

Finalmente, arribé a mi destino, apenas logrando respirar con normalidad. Los doctores me observaron con compasión, como si en cualquier instante tuvieran que acudir a mi auxilio debido a mi lamentable estado.

— ¡Oh, YoonGi! —exclamó mi hermano mientras salía apresuradamente del ascensor, sosteniendo su teléfono en la mano—. Estuve tratando de llamarte al móvil, pero todas las llamadas iban directamente al buzón de voz.

Herr White ➤ kookgi [+21].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora