Siebenundzwanzig

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Al fallecer un caballero...




Min YoonGi.

Mi cabello comenzaba a perder su vibrante tonalidad. Los mechones rojos se asomaban en la raíz, lo cual me irritaba profundamente. Por lo tanto, en nuestra segunda reunión, le solicité a Tae-hwan un par de billetes para adquirir un tinte —de alta calidad— dentro de la prisión.

—Saludos de parte de tu hermano —mencionó, entregándome con suma sutileza el dinero por encima de la pulcra superficie de la mesa.

No hice más que capturarlo en un lapso inferior a tres segundos. Evadí eficientemente el desahogo reciente que había expresado y proseguí meditando acerca de mi firme deseo por experimentar un matiz distinto en mi cabellera.

— ¿Me oyes, Gi? —inquirió, atrapando mis manos en un solo gesto.

— Así fue —contesté, sellando mis labios con determinación—. Hazle llegar saludos de mi parte.

Confirmó con un gesto y se alejó de la mesa. Los demás reclusos continuaban acercándose con frecuencia, observándonos cautelosamente. Tae-hwan, rompiendo el silencio que empezaba a envolvernos, formuló la pregunta que, al parecer, había estado reprimiendo desde que llegó a la cárcel.

— ¿Cómo marchan las cosas con el Señor White?

— Las noticias sobre el Señor White son escasas últimamente. No he tenido el placer de verlo desde hace un tiempo. Parece que ha habido un incidente en el patio que lo ha mantenido separado del resto. Es una lástima, espero que las cosas se resuelvan pronto.

Tae-hwan esbozó una sonrisa de satisfacción y, en ese preciso instante, su cuerpo se sumergió en una placidez absoluta. Sin embargo, mi mente no cesaba de dar vueltas y reflexionar sobre la añoranza que sentía hacia aquel hombre de impecable atuendo blanco.

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La visita concluyó. Me encaminé hacia la celda que compartía con el doctor Jong-in. Los guardias me dieron la bienvenida con entusiasmo y cerraron las puertas. Continué mi trayecto, prestando atención a la conversación que sostenían los hombres que se ejercitaban cerca de mí.

—...se rumorea que no descansará hasta recuperarlo.

Los pares de ojos penetraban con intensidad en mi espalda. Me volteé ligeramente, sacudiendo mis hombros y con ello la incomodidad.

— Una tarea imposible, ya que el chico es propiedad del señor White —respondió el otro, enfocando su atención en mis pasos cortos.

— ¡Pequeño Min!

Jong-in se materializó frente a mí. Mi nariz se encontró con su mejilla y mi trasero golpeó con fuerza el suelo. En un abrir y cerrar de ojos, me tendió su mano y, de repente, su rostro estaba a escasos centímetros del mío.

— Disculpa si te he asustado, no era mi intención lastimarte —sus manos se aferraron con firmeza a mi cintura y asentí lentamente.

— Nada ha ocurrido. Mi mente estaba completamente distraída en otra cosa —susurré, tratando de ocultar mi verdadero pensamiento.

— ¿Acaso estabas pensando en el señor White? —bromeó con una sonrisa apenas perceptible.

Intenté negarlo, pero al final asentí con la cabeza. Fue entonces cuando sus manos abandonaron mi cuerpo, como si mi contacto les quemara. Sus pasos dieron marcha atrás y volvimos a mantener una distancia prudente.

— Siempre le estaré agradecido... me rescató de una situación desesperada —respondí, tratando de evadir su penetrante mirada llena de suspicacias.

— Comprendo tu punto YoonGi, pero no podemos ignorar que es un individuo sumamente peligroso.

¿Hombre de temer? Herr White inspiraba respeto, con su imponente presencia, pero al estar a su lado, experimentaba toda clase de emociones... menos temor. Era innegable que había desarrollado un curioso apego hacia él, pero si era tan indiferente, ¿por qué sentía la necesidad de contemplarle y permanecer cerca? Sumido en una maraña de incertidumbres, informé a Jong In que me dirigiría a la celda para teñirme el cabello y dejar parte de mi vida atrás, tal vez el olor del amoníaco logre adormecer mis pensamientos sin sentido.

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Fue entonces cuando, por fin, el último mechón de cabello verde menta desapareció de mi cabeza. Al voltear para contemplarme en el espejo, una lágrima que recorría mi mejilla dejó una marca en mi vestuario. La imagen de mi madre reflejada en mi rostro despertó emociones que creía olvidadas.

— Es increíble que hayas logrado decepcionarme en tan poco tiempo —me reproché en un susurro, mientras apretaba con furia los dedos de mis manos.

En medio de un arrebato de ira incontrolada, mi puño impactó contra la pared y mis nudillos ardieron en su interior. Intenté remediar el desastre que había causado, pero un grito cargado de dolor escapó de mi garganta. Consideré la posibilidad de visitar a un médico, pero recordé las malas opiniones que circulaban sobre aquel hombre. Entonces, me di cuenta de que Gong-in era mi última opción. Regresé a nuestra celda y, justo cuando me disponía a girar para entrar por nuestro pasillo, apareció él con su bata blanca manchada de sangre y sus ojos a punto de salirse de sus órbitas. Estaba aterrado, la magnitud de su mirada lo delataba. Antes de que pudiera siquiera preguntar, tomó mi mano con sus manos ensangrentadas y no tardó en hablar:

— Oh, YoonGi, tus nudillos lucen bastante lastimados.

Mis ojos estaban fijos en su contacto, de repente un nudo se formó en mi garganta y no vacilé en seguir lo que mi corazón me indicaba. Me desprendí de su toque, a pesar del dolor que sentía en mi mano, y lo aparté. Me apresuré camino a nuestra celda mientras él me llamaba intentando frenarme.

Un individuo yacía recostado en la camilla, mientras que el otro derramaba lágrimas desesperadas. El segundo hombre me agarró por los hombros y me zarandeó con ímpetu.

— ¡No respira!

Gong-in me apartó de un empujón y regresó al centro de la estancia.

—El Señor White requiere ser trasladado a un centro hospitalario de inmediato, es probable que haya sufrido una perforación pulmonar de suma gravedad —la suposición de Jung-in sonaba distante—. Si no recibe atención en un plazo de veinticuatro horas, su vida podría extinguirse rápidamente.

Un suspiro escapó de mis labios, sintiendo un profundo dolor en el pecho que me estremeció. 

Herr White ➤ kookgi [+21].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora