Zwölf

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¿Cuál es la razón de tu llamada en momentos de éxtasis?



En la discoteca nos desorientamos. Se-hun acompañó a una chica de cabello castaño hasta la mesa de sus amigas, en el momento en que vieron al rubio acercarse para unirse a ellos, se abalanzaron como aves de rapiña sobre la presa novata.

HwaSa se dedicó a coquetear con el fornido gorila de seguridad, al principio solo lo hizo para acceder más rápidamente al bar más exclusivo de Corea del Sur, pero su presencia se volvió tan adictiva para mi amiga que se escabulleron juntos hacia el callejón.

Yo me sentía fuera de mi zona de confort, para nadie era un secreto que me atraían los hombres vigorosos y no las mujeres frágiles, por ello, cuando las chicas se acercaban y metían sus impuras manos en mis pantalones, exhibía mis encantos femeninos.

Llegué a la barra principal del lugar y, con una sonrisa en mi rostro, pedí al camarero:

— Por favor, tráeme el vodka más selecto que poseas.

— Enseguida —respondió rápidamente, moviéndose con destreza en su posición.

Movía sus manos con facilidad. Las copas se deslizaban velozmente, logrando marearme en un abrir y cerrar de ojos. En un santiamén, mi bebida con un toque de naranja apareció frente a mí, como por arte de magia.

— Cortesía de la casa. Deléitese con ella —me hizo un guiño y se ocupó del resto.

Tomé un sorbo ansioso, mientras sentía cómo el líquido áspero rozaba mi garganta y encendía un fuego en mi estómago. De repente, mi teléfono móvil vibró en mi nalga derecha, lo agarré sin siquiera mirar la pantalla y contesté, sin reconocer al principio la voz que resonaba al otro lado de la línea.

Mi hermano mayor, con gran esfuerzo para articular, me informó que mamá se encontraba en el hospital.

— ¿Por qué me contactas en tu estado de intoxicación? —inquirí con desdén— Si nuestra madre se encuentra en el centro médico, es debido a que la invitas a deleitarse en tu mundo de decadencia —reproché, rememorando los escasos instantes en los que mi familia compartía momentos de alegría, cautivos de la sustancia que adquirían sin dificultad en nuestro vecindario.

— Requiero de una suma de dinero para llevar a cabo unos estudios —expresó, haciendo caso omiso de mi evidente enojo—. Soy consciente de que mamá finalizó su relación contigo de manera desfavorable, pero no puedo afrontar esto en solitario.

— ¿Y cómo esperas que obtenga el dinero? —pregunté con un tono irónico— No tengo ni un centavo en mi bolsillo. HwaSa me ha brindado refugio temporal en su hogar debido a que ustedes me echaron a la calle sin piedad alguna.

— Haz todo lo que puedas con los recursos que tienes — respondió, mostrando su poca paciencia restante—. Te pido, YoonGi, que entiendas. Si mi madre te echó de nuestra casa, fue porque estabas vendiendo tu cuerpo a un precio muy bajo.

— Vete a la mierda.

Con fastidio, proferí una serie de improperios mientras exhalaba una bocanada de aire impuro.

— De no recibir el dinero, me veré en la penosa necesidad de instarte a obtenerla por la fuerza —amenazó con firmeza.

Después de colgar abruptamente, me dejó solo en la llamada. Apagué mi teléfono y lo guardé en mi bolsillo. Me acerqué de nuevo al experto detrás de la barra, inclinándome hacia adelante, humedeciendo mis labios secos y hablé:

— Necesito otro trago. Uno que me sumerja en la locura—asintió, perdiéndose en el almacén del lugar y retornando brevemente con una botella de tequila de gran tamaño.

— Esta deberé cobrártela, hermoso —colocó un fragmento de hielo sobre la copa de cristal, observando cómo lentamente se transformaba en líquido.

— A no ser que posea la suficiente sagacidad como para desvanecer de mi memoria los efectos de las bebidas que he consumido —reduje la brecha que nos separaba—. He visto el gran aprecio que los heterosexuales tienen por los jóvenes de fácil conquista.

— ¿Cómo puedes afirmar que soy heterosexual? —su mirada se mantuvo fija en mis labios.

— Si hubiera sido una chica de grandes atributos, me habrías obsequiado con una segunda ronda sin costo alguno.

Con un gesto afirmativo, el chico atractivo deslizó mi bebida por encima de la pulida barra. En un instante, sus delicados dedos rozaron los míos, dejando una sensación de calidez en mi piel. Antes de que pudiera reaccionar, susurros seductores se deslizaron cerca de mi rostro, dejando mi corazón latiendo con fuerza.

— Te concederé un descuento del cincuenta por ciento, cielo —dijo, estirando la mano, esperando por el pago del servicio.

Exploré el contenido de la cartera de HwaSa y una sonrisa de triunfo se dibujó en mi rostro al contemplar uno de los más grandes tesoros entre mis manos. Con audacia, deposité el dinero en los diminutos compartimentos de su pantalón, rozando su musculatura imponente.

— Ha sido un deleite cruzar caminos contigo... — leí el nombre que ostentaba en su distintivo laboral — ...NamJoon.

— Coincido plenamente, Suga —respondió, fijando su mirada en la pulsera de plata que portaba mi sobrenombre grabado en su totalidad.

Antes de emprender mi travesía, uno de los tantos custodios de la entrada se acercó a nosotros y susurró al oído del otro joven unas palabras. El señor del mostrador me observaba con intensidad, hasta que ya era demasiado tarde para escapar. De pronto, el estruendo de los disparos inundó mis oídos y, con celeridad, me lancé sobre el mostrador para resguardarme. Por último, me postré ante NamJoon, quien me recibió con una mirada de complicidad.

— SeokJin, llama a Jackson, necesitamos más apoyo.

Las conversaciones se desvanecieron en la distancia. Me cuestioné sobre el paradero de mis amigos. HwaSa, sin duda, se habría escapado a un motel con el imponente gorila de metro ochenta, mientras que Se-hun estaría vagando por algún rincón del bar, enredado entre mujeres o huyendo de este exclusivo establecimiento para preservar su vida.

NamJoon me agarró del brazo con firmeza, elevándome con determinación y apuntándome con el arma que sostenía en su mano derecha.

— ¿Quién eres tú, por todos los dioses? —inquirió, pero los nervios se apoderaron de mí y mi lengua se enredó como un antiguo hilo— ¿Por qué no te habíamos avistado previamente en este lugar? ¡Contesta! —exigió con autoridad.

Una vez más, la ausencia de palabras fue mi única respuesta. NamJoon me instó a acompañarlo y seguí sus pasos con precisión. En cuanto alcanzamos el epicentro de la pista, me obligó a arrodillarme en medio del conflicto.

— Supongo que a ellos no les causará ninguna aflicción presenciar tu trágico deceso en su presencia.

— Desconozco de qué diablos estás hablando —respondí finalmente, colocando mis manos detrás de mi cabeza.

Al igual que una obra maestra cinematográfica del género del oeste, el estruendo final resonó en el estrecho callejón, silenciando de inmediato los alaridos que lo precedieron.

— NamJoon, déjalo tranquilo —les dijeron mientras se apartaban—. Nos vamos, JeonGguk ha ordenado que busquemos a su padre.

NamJoon me dirigió una mirada final cargada de desprecio y se marcharon en compañía. Me erguí con la gracia que mis piernas me permitieron, rastreé a Se-hun por cada rincón del lugar y mi asombro fue inmenso al descubrirlo arrodillado en las afueras del establecimiento.

— ¡Se-hun! —me acerqué a su presencia, pero mis ojos se negaban a aceptar la realidad que se desplegaba ante ellos.

— Está muerta, YoonGi.

HwaSa yacía en el suelo, tan gélida como la oscuridad de la noche y sin ningún rastro de esperanza en su mirada.

— Maldición —dije, devolviendo el estómago, mientras el sabor abrasador de la naranja se apoderaba de mi lengua.

Herr White ➤ kookgi [+21].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora