Einundzwanzig

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Celda número ciento diecisiete.

Jeon JungKook.

"¡No, no, no!" Gritaba con vehemencia, persiguiendo a los guardias que conducían al hombre de baja estatura hacia el Ala Norte. Apenas traspasamos las imponentes puertas de metal, las miradas se posaron inmediatamente sobre nosotros. Algunos me observaban con desdén, mientras que otros compartían su compasión por el joven, mostrando pequeñas expresiones de tristeza.

— Hola y bienvenida a tu lujosa habitación, mi encantadora princesa —susurraron los oficiales mientras deslizaban al individuo de cabello de fantasía sobre el impecable colchón—. Parece ser que tendrás que compartir este mullido lecho con el recién llegado, Herr.

— Desaparece de mi vista, Son —exigí con firmeza, amenazando tan solo con un gesto al chico que parecía temblar ante la atención que recibía.

El obeso anciano Gong Yoo hizo su aparición en mi celda, seguido de sus fieles discípulos. Observando al novato, asintió con la cabeza en señal de aprobación y pronunció:

— Si el señor no tiene a bien compartir su mullido asiento contigo, dulzura, puedes acompañarme sin reparos —con descaro, guiñó un ojo en mi dirección, provocándome un profundo malestar estomacal.

Gruñí enfurecido. Me sentía completamente vulnerable, frente a todos estos buitres que escudriñaban mi celda y cuestionaban mi vida de opulencia, incluso en un espacio tan reducido.

— La función ha llegado a su fin, regresen al patio—ordenó con autoridad Son, cerrando mi celda y dejando al infante en su interior—. Permitamos que el pequeño Min se acomode, Herr le hará llegar el recibo más tarde.

Sonrió con malicia y me permití el lujo de examinar detenidamente el cuerpo de mi aparente camarada mientras él buscaba un lugar confortable. En un abrir y cerrar de ojos, mi mirada viajó desde su rostro hasta sus extremidades, y aunque nada llamó mi atención en particular, el terror reflejado en sus ojos me resultó extraordinariamente familiar.

— S-si no te importa, descansaré en el suelo —pronunció con dificultad, evitándome.

Encogí los hombros con desinterés.

— Tus elecciones no me conciernen, en menos de una semana te verás fuera de mi celda —advertí y, repentinamente, me encontré acorralando su cuerpo contra la pared.

Los silbidos no se hicieron esperar, así que me vi obligado a alejarme y salir en busca de HoSeok.

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Los perros de la administración se volvieron insoportables y se negaron a permitir mi entrada. Después de una conversación y un poco de dinero de por medio, me condujeron hacia la oficina de HoSeok, la cual tenía las puertas cerradas.

— Se lo advertimos, Herr White. El Licenciado Seok salió esta mañana y no sabemos cuándo regresará.

Por ende, opté por mi alternativa secundaria. La secretaria de HoSeok me ofrecería una breve explicación y seguramente transmitiría mi mensaje a su estúpido jefe para que regrese pronto.

— ¿Dónde está Manobal?

A pesar de mi insistencia, el par que tenía enfrente no dejaba de intercambiar miradas provocativas entre ellos.

— Se marcharon juntos, ¿no es así?

Escuché su risa estruendosa y la realidad me golpeó con fuerza. No es de extrañar que Lalisa haya ascendido rápidamente en su cargo, su escritorio pasó de ser un par de cajas vacías a uno de madera de pino lujoso, con su placa de plata reluciente.

Herr White ➤ kookgi [+21].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora