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Como cada noche, llevé a cabo mi ritual: tomé el fragmento de cerámica que robé y tenía escondido en una esquina suelta que había hecho al maltrecho colchón para luego dirigirme a un rincón del habitáculo que había empezado a considerar como mío

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Como cada noche, llevé a cabo mi ritual: tomé el fragmento de cerámica que robé y tenía escondido en una esquina suelta que había hecho al maltrecho colchón para luego dirigirme a un rincón del habitáculo que había empezado a considerar como mío. Contemplé las hileras de líneas que había ido dibujando en la pared, grabando de aquel modo el paso del tiempo, antes de añadir una más.

Dos meses.

Ese era el tiempo exacto que había transcurrido desde que el Emperador nos envió a Vassar Bekhetaar. No había sido un camino fácil, pero desde aquella noche en la que Fatou me arrastró en mitad de la noche para aplicarme aquel brutal castigo, había aprendido la lección.

O eso le había hecho creer.

Tras aquel despliegue de sangre fría, Fatou me había despachado, dejándome en manos de los nigromantes que le habían acompañado. Encogí mis dedos de manera inconsciente, recordando el dolor y cómo había tenido que hacer uso de mi propia magia, en la oscuridad de mi habitación, para intentar sanarme a mí misma. El resultado no había del todo el esperado, dada mi nula experiencia, lo que causó una expresión de rabia en Darshan cuando nos encontramos a la mañana siguiente... y lo que significó que Sen tuviera que rompérmelos de nuevo para sanarlos de la manera correcta.

Aquella noche había conocido el miedo, había sabido que todo aquel macabro espectáculo del que me había hecho formar parte el nigromante sólo había sido un ápice de su crueldad. Por eso decidí que debía sobrevivir a toda costa.

El sonido de unos nudillos contra la vieja madera de la puerta hizo que regresara al presente. Escondí de nuevo mi rústica herramienta y volví a ocultar aquel calendario donde cada noche marcaba un nuevo triunfo: un día más en Vassar Bekhetaar. Un día más viva.

Tal y como se había convertido en una costumbre, Darshan me esperaba apoyado contra la pared. Nuestra alianza parecía haberse consolidado en aquellos dos meses y habíamos aprendido a tolerarnos mutuamente, lejos de los reproches o rencores que pudiera tener por su pasado, aunque seguía guardando las distancias en las pocas ocasiones en las que nuestro camino se había cruzado con el de Sen.

La mirada plateada de mi compañero se entretuvo en mi pómulo, en la marca morada que lucía después de un intenso día de instrucción física. Los nigromantes no solamente aprendían a desarrollar su magia, volviéndola mortífera, también se les enseñaba a defenderse cuerpo a cuerpo, para los casos en los que no pudieran acceder a su poder.

—No pensé que te hubiera golpeado tan fuerte —comentó con aire travieso.

Aparté un rizo díscolo que caía sobre mi frente con un bufido.

—Esto —repliqué, señalándome el golpe—, no ha sido nada. Es que tengo la piel demasiado sensible últimamente.

Darshan sacudió la cabeza con una sonrisa. Fatou, consciente de lo unidos que parecíamos, había intentado por todos los medios separarnos; por eso siempre solía emparejarnos para cualquier ejercicio que supusiera tratar de destrozar a tu oponente.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora