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El vestitore imperial extendió con habilidad varios rollos de tela sobre la larga mesa frente a la que estábamos, haciendo un pomposo aspaviento mientras se apartaba, dejándonos espacio para que pudiésemos contemplar de más cerca cada una de las m...

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El vestitore imperial extendió con habilidad varios rollos de tela sobre la larga mesa frente a la que estábamos, haciendo un pomposo aspaviento mientras se apartaba, dejándonos espacio para que pudiésemos contemplar de más cerca cada una de las muestras textiles.

Ligeia no había mentido al decirme que me ayudaría con todos los preparativos previos a la ceremonia de compromiso, que se celebraría mañana por la noche. Debido al poco margen de tiempo con el que contábamos, la princesa imperial había decidido volcarse por completo conmigo, brindándome la guía que necesitaba; para ello también había decidido contar con Calidia, la emperatriz, e incluso con mi madre.

Tras la conversación que habíamos mantenido en mis aposentos, ella había optado por cambiar drásticamente de estrategia: ahora que el compromiso iba a ser un hecho, parecía estar dispuesta a no separarse de mi lado bajo ningún concepto. Al parecer, no confiaba lo más mínimo en el Usurpador, como tampoco en lo que estuviera planeando cuando me uniera a Octavio.

Observé a Calidia compartir con su hija opiniones sobre los colores que más me favorecerían para tan importante noche. Mi madre, por el contrario, se mantenía en un silencioso segundo plano, cerca de mí; vestía la pesada túnica negra de los nigromantes, pero cubría su rostro con la capucha, escondiendo así las brutales cicatrices que lo desfiguraban para no incomodar a los presentes. El hombrecillo que se encargaría de confeccionar mi vestido se retorcía las manos con evidente nerviosismo.

—Jedham, Galene, acercaos, por favor —Calidia nos hizo un gesto con la mano, invitándonos a que acudiéramos a su lado.

Nos deslizamos en silencio hacia la emperatriz y Ligeia. La princesa acariciaba con veneración una tela de un reluciente color azul cerúleo, adornado con finas filigranas doradas que se entremezclaban entre ellas; no pude evitar pensar en lo bien que quedaría en ella aquel tejido. Mi mente no tardó mucho en imaginarla en aquella misma habitación, frente a aquel mismo hombrecillo nervioso, en compañía de su madre; tras el desastre de su primer intento en la hacienda de Ptolomeo, y después de que Perseo consiguiera de nuevo ganarse el favor del Emperador, tanto ella como Calidia habrían acudido por segunda vez, en esta ocasión con el propósito de hacer un vestido mucho más esplendoroso que aquel que había llevado durante esa fatídica noche. ¿Qué color habría elegido? ¿Cómo habría sido...? Mi subconsciente se mostró repentinamente creativo al intentar imaginar a Ligeia durante la ceremonia de su compromiso; el modo en que habría atrapado todas las miradas, incluida la de Perseo.

Pensar en él hizo que una mezcla de dolor y rabia se encendiera en mi interior, haciendo que recordara el modo en que conseguí dejarle sin réplica la última vez que nos vimos... y el eco de su extraña oferta resonara en mis oídos. Aún seguía sin encontrarle sentido a lo que pretendía el nigromante, a por qué se había ofrecido de ese modo; pero no podía evitar sentir que era un desafío por su parte.

—Con el tono bronceado de su piel, el dorado lo haría resaltar más —escuché que comentaba Calidia, obligándome a centrar toda mi atención en ella.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora