❈ 21

1.7K 239 37
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lamentaba lo rápido que mi mente había olvidado lo odiosas que resultaban las guardias nocturnas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lamentaba lo rápido que mi mente había olvidado lo odiosas que resultaban las guardias nocturnas. Como Sable de Hierro, había tenido que pasar largas noches en vela, junto con otros cadetes que vigilaban distintos puntos de la prisión con el único propósito de atemperarnos y servir de recambio para los que llevaban más tiempo en Vassar Bekhetaar, ocupando su lugar mientras ellos disfrutaban de unas horas más de sueño.

Algo similar sucedía con los nigromantes.

Los más jóvenes, casi los recién llegados, tenían que compartir junto a los Sables de Hierro interminables guardias. Y Neshym, uno de los instructores que parecían apoyar fervorosamente a Fatou, había encontrado divertido —y quizá una muestra más que delataba de qué bando se encontraba— introducirme en las rondas.

Roté mi cuello, intentando desentumecer los músculos de mi espalda y nuca, sintiendo un cosquilleo de preocupación por todo mi cuerpo. No había podido hacer nada más que observar cómo aquel hijo de puta retorcido arrastraba a Jedham al terreno del patio, reservándose aquella baza para su jugada final, empujándola a enfrentarse a Perseo. Cuando vi cómo pronunciaba su nombre, durante unos segundos, pensé que el nigromante estaba al corriente de la relación entre ambos, del pasado que los dos compartían; pero aquello no era posible. Nadie estaba al corriente de ese pequeño detalle... y, rezaba a los malditos dioses, para que ninguno de aquellos estúpidos hubiera intentado algo tan arriesgado en aquel lugar, sabiendo que cada piedra parecía ser capaz de ver y escuchar todo lo que sucedía en la prisión.

Habían pasado horas desde que había visto cómo trasladaban a una inconsciente Jedham a la enfermería, junto al resto de heridos. Y, aunque había planeado cómo colarme allí, el destino —u otra persona con nombre propio— parecía haber dispuesto algo distinto para mí.

Como enviarme de cabeza a una ronda de guardia de varias horas.

Escuché a mi compañero retorcerse a mi lado, delatando que la guardia ya estaba pasándole factura, pese al largo tiempo que aún nos quedaba por delante. Larguirucho y con aspecto de necesitar una buena noche reparadora; le conocía de vista, de los grupos de nigromantes más adelantados. Quizá estaba cerca de alcanzar el último año de instrucción.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora