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Aella se cruzó de brazos, repasándome con la mirada

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Aella se cruzó de brazos, repasándome con la mirada. Nuestros caminos se habían separado poco después del ataque rebelde durante la noche en la que su familia había estado cerca de anunciar el compromiso de Perseo con la hija del Emperador.

Pero, a pesar del tiempo que había transcurrido, parecía la misma joven que se había refugiado tras esa apariencia de perilustre malcriada que disfrutaba de generar un poco de caos a su alrededor. La misma joven que había intentado salvaguardar la poca libertad que poseía.

Ella había sido una de las pocas que había estado al corriente de mi relación con su primo y no me había juzgado por ello. No, ella había intentado protegerme y, al final, ayudarme.

—Hola, Aella —fue lo único que pude decir en respuesta.

La sonrisa que tironeaba de sus labios se hizo un poco más amplia, como si estuviera disfrutando de aquel encuentro. Su mirada se desvió hacia mi doncella y supe que estaba tramando algo cuando la escuché decir:

—Puedes dejarnos a solas: somos viejas conocidas.

Clelia pareció dudar unos segundos ante la orden implícita que se adivinaba en las palabras de Aella, pero la prima de Perseo enarcó una ceja de manera elocuente. Junto a mí, sentí a mi doncella removiéndose, atrapada contra la pared: sospechaba que sus órdenes habían sido tenerme estrechamente vigilada, pero no podía negarse a la petición de Aella por una cuestión de jerarquía.

Por el rabillo del ojo vi a Clelia asentir con aire servil. La sonrisa de la joven perilustre se tornó satisfecha y, sin darme tiempo a reaccionar, entrelazó su brazo con el mío; un escalofrío me bajó por la espalda ante el repentino contacto, pero no me resistí cuando Aella dio un paso hacia los jardines.

Ninguna de las dos dijo nada mientras nos alejábamos de Clelia y ganábamos distancia... e intimidad.

—Ha pasado tiempo —comentó entonces, con la vista clavada al frente—. Y demasiadas cosas.

Me limité a dejarme llevar, ignorando el pellizco que noté en el pecho, consciente de la apariencia que debíamos dar para cualquiera que nos viera: dos viejas amigas que se reencontraban de nuevo. Nada más lejos de la realidad.

—Resultaste ser toda una caja de sorpresas, Jedham —añadió con tono casual—. Debo reconocer que caí en tu trampa y creí que realmente sentías algo por Perseo. Jamás se me pasó por la mente que lo utilizaras para obtener información para los rebeldes.

Mis pies se quedaron fijos en el suelo al escuchar las acusaciones veladas de Aella, quien había decidido sacar las garras para defender a su querido primo.

—Y yo creí que Perseo me quería —repliqué con acidez—. Pero terminó demostrándome que los deseos de su abuelo siempre irán por encima de todo... Y que es un cobarde.

Aella también se detuvo y ambas nos quedamos enfrentadas. La amabilidad que había mostrado al inicio la joven había sido sustituida por un filo en sus ojos azules que pocas veces había visto mientras estuve a su servicio.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora