❈ 53

1.1K 155 44
                                    

Me costó un gran esfuerzo no ir en la búsqueda de Cassian, rompiendo la promesa que le había hecho la noche anterior, durante nuestro breve encuentro en la lujosa propiedad que el Emperador había preparado para los emisarios que habían viajado des...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me costó un gran esfuerzo no ir en la búsqueda de Cassian, rompiendo la promesa que le había hecho la noche anterior, durante nuestro breve encuentro en la lujosa propiedad que el Emperador había preparado para los emisarios que habían viajado desde Assarion. Después de que Octavio abandonara mi dormitorio, dejándome a solas de nuevo con mis agitados pensamientos, volví a sentir ese abrasivo fuego corriendo por mis venas al recordar el contenido que había volcado en la copa que mi doncella me había traído por mis expresas órdenes.

Perseo me había enviado aquella bolsita con la mezcla anticonceptiva, quizá un modo de vengarse de mí después de cómo le había ahuyentado tras haberme escabullido al baño para acicalarme. Como si no pudiera soportar la idea de que su semilla pudiera germinar en mi interior; como si no quisiera que ello pudiera suceder.

Sabía que era un pensamiento mezquino, que yo misma me habría encargado personalmente de conseguir aquella mezcla por mis propios medios... pero había algo en aquel gesto por parte del nigromante que me crispaba. Mastiqué mi rabia mientras escuchaba a Clelia pululando por mis aposentos, poniendo algo de orden; me tensé inconscientemente cuando vi por el rabillo del ojo su inconfundible figura atravesando el umbral hacia el dormitorio. A simple vista no parecía haber ninguna señal que pudiera delatar lo que había sucedido entre Perseo y yo la noche anterior; aunque el eco de su travieso comentario se repitió en mis oídos. ¿Creería que el príncipe heredero me habría acompañado, tal y como había insinuado antes de mi marcha? Los rumores ayudarían a cimentar aún más la ficticia historia que Octavio y yo nos habíamos esforzado en crear para allanarnos nuestro futuro compromiso; su relación secreta con Irshak seguiría escondida y, quién sabía, podría servir para despejar cualquier duda que pudiera existir.

Mi mirada vagó entonces hasta tropezar con el exquisito saquito enviado por el nieto de Ptolomeo sin tan siquiera una nota. La rabia volvió a consumirme, alimentada por mis enrevesados sentimientos y los pensamientos que se arremolinaban dentro de mi cabeza, creando un torbellino caótico; una diminuta —y racional— parte de mí insistía en que estaba equivocada, que no tenía ningún motivo para sentirme de ese modo. Que Perseo no había tenido ninguna mala intención. Pero ¿cómo no iba a estar molesto conmigo después del modo en que lo despaché? ¿Cómo no iba a estarlo, si lo había usado de ese modo tan rastrero, valiéndome de aquellas sucias artimañas para conseguir que se rindiera a mis deseos?

Mordí mi labio inferior, aferrando aquel maldito trozo de tela y volví a olfatear los restos aromáticos que aún no se habían desvanecido. Opté por dejar que mi enfado siguiera creciendo sin ponerle freno. ¿Quién se creía que era Perseo para enviarme aquel extraño obsequio? ¿Acaso pensaba que iba a permitir que tuviera la última palabra? El nigromante no tenía ningún derecho a comportarse como si fuera una víctima, no después de haberse comportado del mismo modo que yo.

Apreté el saquito en mi puño y me incorporé con brusquedad. Buscaría a Perseo y le haría llegar mi agradecimiento personalmente, haciéndole saber que no necesitaba que mostrara tanta preocupación por mí.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora