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El fuego de mi enfado empezó a cocerse lentamente

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El fuego de mi enfado empezó a cocerse lentamente. Perseo me cedió el paso para que fuera la primera en abandonar su dormitorio, siguiéndome después; notaba un molesto cosquilleo en los labios, además de una ligera palpitación en la zona herida, lo que acrecentó aún más mi pésimo humor.

Ninguno de los dos dijo nada. Lo sucedido dentro de sus aposentos no se borraba de mi mente, no era capaz de pensar en otra cosa; seguía molesta con el nigromante por haber convertido el asunto en un desafío. Conocía lo suficiente a Perseo para saber que el hecho de haberse ofrecido de ese modo a sí mismo no era más que una estrategia cuyo propósito aún se me escapaba. ¿Para hacerme sentir mal conmigo misma? Perseo conocía mi orgullo, sabía hasta dónde sería capaz de llevarlo; también sabía que era rencorosa. Demasiado. ¿Para intentar demostrarme algo? Pero ¿el qué? Quizá estaba tan desesperado por conseguir mi perdón que haría cualquier cosa, aunque eso significara humillarse hasta ese extremo.

Mis dientes rechinaron al volver a escuchar dentro de mi cabeza el comentario burlón que había lanzado el nigromante hacia Octavio, aún creyendo erróneamente que me había acercado al príncipe heredero con el objetivo de utilizarlo.

—Lady Furia —dijo una voz chirriante a unos metros—. Joven amo.

Tanto Perseo como yo nos detuvimos a la par, ambos sorprendidos por el sirviente que se acercaba a nosotros desde el otro extremo del pasillo. Había estado tan obnubilada en mis propios pensamientos, que no me había percatado de la presencia de aquel hombre que cada vez estaba más y más cerca; a mi lado, Perseo permanecía inmutable, como si el hecho de que nos hubieran descubierto juntos no le alterara lo más mínimo.

—Circes —respondió el nigromante con una calma que yo no podía imitar.

Escondí a duras penas mi sorpresa al descubrir que Perseo conocía a ese esclavo. Lo que no dejaba lugar a dudas sobre las sospechas que guardaba respecto a quién podía pertenecer.

El esclavo inclinó la cabeza en un gesto solemne de reconocimiento, bajando la mirada al suelo.

—La emperatriz ha requerido vuestra presencia.

El mensaje de Circes hizo que me quedara congelada, notando cómo un escalofrío se deslizaba por mi espalda. El nigromante, como era habitual desde que el esclavo se hubiera cruzado en nuestro camino, no parecía en absoluto tan aturdido como yo. ¿Tan estrechos eran sus lazos con la madre de Ligeia? Sin lugar a dudas, no había tenido problemas para integrarse en la familia imperial.

Un pensamiento mezquino me atravesó mientras contemplaba a Circes. Conmigo en Vassar Bekhetaar, no había obstáculos posibles para cumplir con los deseos de su abuelo; sospechaba que Ptolomeo había alentado a su heredero para que se acercara a la princesa, Quizá esos meses de ausencia explicaban por qué la emperatriz parecía tenerle... aprecio. Al menos el suficiente para invitarlo a que se reuniera con ella.

—Indicadle a la emperatriz que me reuniré con ella después de asegurarme de que lady Furia ha regresado a sus aposentos —le ordenó Perseo con aquel tono inflexible que le había visto usar ocasionalmente en la hacienda de su familia.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora