El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre... o el orgullo de un hombre herido.
Todo lo que Jedham creyó mientras crecía ha resultado no ser del todo cierto.
La Resistencia ha caído en manos del Emperador, t...
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El rostro sonriente de Ludville apareció tras la última pareja perilustre que había decidido acercarse para darnos la enhorabuena a Octavio y a mí, presionando con sutileza para saber cuándo estaba señalada la fecha de nuestra boda. No la había visto a ella ni tampoco al resto de emisarios durante gran parte de la noche, ni siquiera cuando habíamos entrado al salón.
La mujer destacaba entre la multitud, con aquel vaporoso y revelador vestido negro que se ceñía a su cuerpo, realzando sus curvas y haciendo resplandecer su piel olivácea. Con una cercanía inusual, extendió los brazos para acercarme a su pecho, susurrándome al oído:
—Quédate cerca de los ventanales, yo misma iré a buscarte.
Con un nudo en la garganta, no pude hacer otra cosa que sostener su mirada delineada en kohl antes de que Ludville se mostrara igual de efusiva con mi... prometido. La palabra todavía sonaba extraña en mis oídos, aunque la sensación aceitosa de la marca de mi frente era un buen recordatorio de que todo aquello era real.
—Os agradecemos que nos hayáis permitido ser testigos de tan importante momento —le dijo a Octavio y sonaba sincera, lo que delataba sus dotes de actriz... y espía—. No obstante, no tardaremos en partir de regreso a Assarion. Nuestra misión aquí ha terminado.
Me tensé de manera inconsciente ante sus últimas palabras, creyendo leer entre líneas. ¿Acaso era una forma de insinuarme, dejando al margen el encuentro clandestino que tendríamos, que no aceptaba mis términos? ¿Que no me apoyarían para asesinar al Emperador? No tuve tiempo de reaccionar, ya que Ludville se deslizó de regreso entre la multitud con una última sonrisa cargada de misterio.
Octavio también parecía igual de intrigado que yo por la emisaria, incapaz de apartar la mirada de su insinuante figura. No obstante, nuestras nuevas responsabilidades pronto nos arrastraron de nuevo a ese juego de sonrisas y gestos llenos de gratitud hacia hombres y mujeres que solamente buscaban mantener su favor y poder dentro de la corte imperial, tanteando al futuro emperador... y a su prometida. Me tensé junto a Octavio cuando distinguí a Belona junto a la que, supuse, era su familia; el príncipe heredero, por el contrario, no parecía en absoluto agitado por la presencia de la joven. Y ella... su actitud cambió radicalmente cuando miró en dirección a Octavio: toda la petulancia y altanería que la caracterizaba brillaba por su ausencia, mostrándose cabizbaja y servicial. Junto a mi prometido, aguanté el incómodo instante en el que tanto ella como sus padres soltaron su aprendida verborrea respecto a nuestro compromiso y futura unión. No pude evitar lanzarle una mirada a Octavio cuando Belona y sus padres se confundieron de nuevo con el resto de invitados, preguntándome qué habría sucedido entre ambos para que ella dejara de ser una amenaza para mí; por parte de mi prometido solamente recibí una media sonrisa y una fugaz caricia en el codo con la que pretendía decirme que todo estaba bien. Que Belona no sería un problema.
El aceite de unción que el flamen había arrastrado por mi frente se había secado, haciendo que sintiera cierta tirantez en la zona. Un parte de mí no pudo evitar preguntarse si Ligeia y Perseo habrían tenido que pasar por aquel mismo trámite, provocándome un leve acceso de náuseas al imaginarlo.