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Retorcí mis manos, con las palabras del Emperador clavadas en mi mente

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Retorcí mis manos, con las palabras del Emperador clavadas en mi mente. El hombre nos había despachado poco después, ordenando a una tímida doncella, que parecía haber salido de la nada, me condujera a los que serían mis nuevos aposentos mientras permaneciera en el palacio.

Como si alguna vez pudiera abandonarlo.

Abochornada por el aspecto que presentaba, con la túnica prácticamente destrozada, la seguí en completo silencio y fingí no ser consciente de la mirada azul de Perseo clavada en mi espalda. La chica me guió con premura a través de distintos corredores, conduciéndome hacia la zona residencial; pude contemplar un magnífico jardín interior antes de que torciéramos por un pasillo con algunas puertas intercaladas a lo largo del mismo.

Nos detuvimos frente a la que se encontraba más alejada. Supuse que no habría sido una elección casual y mi sospecha cobró fuerza cuando la doncella empujó las pesadas hojas de madera, permitiéndome echar un vistazo inicial al interior; las dimensiones de aquella habitación me dejaron muda del asombro, pues parecían superar con creces incluso la humilde casita que había considerado mi hogar.

Una enorme sala similar a la que poseía Aella en la hacienda de su abuelo nos recibió al otro lado de las puertas abiertas. Tragué saliva al contemplar el lujoso mobiliario, todavía asimilando lo sucedido; la joven doncella me hizo un tímido gesto para que me acercara a ella. Había un acceso abierto que conducía directamente al dormitorio, donde una monstruosa cama repleta de cojines ocupaba casi todo el espacio; dos puertas se situaban en lados opuestos. Una de ellas estaba abierta, dejando ver el baño.

—Está todo dispuesto para que podáis instalaros cómodamente, señorita —me informó la doncella con eficiencia. El atuendo que empleaba era similar al que había llevado yo en el pasado, un bonito quitón en tono melocotón que destacaba sobre su piel bronceada y su cabello color caramelo. Sus ojos castaños no se perdían detalle de mí, quizá con una pizca de curiosidad—. Mi nombre es Clelia.

Me pregunté si pertenecería a alguna gens poderosa del Imperio que hubiera conseguido, gracias a su influencia, colocarla allí, en palacio. Quizá fuera hija de algún comerciante que había logrado hacer fortuna, empleándola para comprarle un puesto en palacio que pudiera ayudarle a codearse con las poderosas gens.

—¿Queréis daros un baño, señorita? —me preguntó Clelia, pestañeando con aire inocente.

Mis mejillas ardieron al recordar mi desastrada imagen, la impresión que debía haberle causado. El Emperador parecía haberme enviado a Clelia como mi doncella personal, del mismo modo que yo lo fui de Aella.

Muda por el asombro, lo único que hice fue asentir.

La chica esbozó una media sonrisa y extendió el brazo en dirección hacia una de las puertas correderas que había frente a la pesada y monstruosa cama.

—Entiendo que estaréis cansada, señorita —dijo Clelia cuando me uní a ella para que me acompañara hasta el baño. De nuevo me quedé perpleja al contemplar aquel anexo del dormitorio, lo fastuoso que era y cómo unos hilillos de vapor se escapaban desde la enorme bañera excavada en el propio suelo que había en una de las esquinas de la estancia—. El agua caliente os ayudará a relajaros.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora