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Me tensé de pies a cabeza cuando salí al pasillo

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Me tensé de pies a cabeza cuando salí al pasillo. Aquella noche de regreso a mi habitáculo no había sido tan sencilla como creí; tras despedirme de Darshan, quien había mostrado una expresión burlona después de recibir mi última advertencia, me había ido directamente al maltrecho camastro y, pese a mis esfuerzos por intentar conciliar el sueño, lo único que conseguí fue dormir a breves intervalos... Intentando rehuir de las pesadillas que me asolaban, donde volvía a encontrarme inmovilizada contra ese bloque de madera y Fatou ejecutaba frente a mí a mis seres queridos, sin que yo pudiera hacer nada

Darshan ya se encontraba allí, apoyado contra la pared y con su habitual expresión cargada de fanfarronería. Sus ojos plateados recorrieron mi rostro y una sombra pareció instalarse en su gesto, dándole un aspecto casi preocupado.

—¿Una mala noche? —me preguntó cuando me uní a él y ambos nos encaminamos hacia el comedor comunitario—. ¿Tan cómodo resultaba ese camastro de la enfermería en comparación al tuyo...?

Apreté los labios en una fina línea, sin reunir las fuerzas suficientes para replicarle. Los nervios se arremolinaban en la boca de mi estómago vacío; alternando entre las pesadillas y los pocos instantes de sueño que había podido rascar la noche anterior, mi mente se había entretenido recordándome que todo Vassar Bekhetaar seguramente estaría al tanto de lo que había sucedido en el patio, la noche en que Fatou consiguió derrotar a Perseo y arrastrarlo a su terreno de juego. Mi encontronazo con Gazan y sus dos cómplices en los baños habían sido una prueba más que esclarecedora de cómo habían corrido los rumores por la prisión.

Un escalofrío se deslizó por mi espalda, sobre mis cicatrices.

—Jedham —la voz de Darshan, el tono serio que pocas veces le había escuchado emplear, me sacó de mi ensimismamiento. Giré el cuello en su dirección—. No dejes que te afecte.

Para él seguramente le resultara sencillo. En ocasiones envidiaba el control que Darshan poseía sobre sus propios sentimientos; había sido testigo de ese proverbial control cada vez que Fatou lo elegía como diana para sus comentarios insidiosos, para sus viperinos subterfugios: nunca lograba su objetivo, Darshan nunca respondía a ello y se limitaba a ceñirse a su papel, cumpliendo las órdenes.

—Lo dices como si fuera fácil —mascullé.

Darshan se detuvo en seco en mitad del pasillo, obligándome a hacer lo mismo. En su expresión ya no quedaba ni un ápice de la fanfarronería que había visto cuando salí de mi habitáculo.

—Eres demasiado visceral, pelirroja —me dijo, cruzándose de brazos—. En el pasado yo también era... así.

Enarqué una ceja con escepticismo. Mi mente no lograba casar la imagen del Darshan que tenía frente a mí con una versión mucho más joven que golpeaba antes siquiera de preguntar.

—¿Y qué te hizo cambiar? —le pregunté.

Una sombra atravesó sus ojos grises.

—La certeza de saber que podía condenar con ello a mi familia —respondió, luego señaló con un gesto de barbilla nuestro entorno—. Y este puto infierno también influyó, al final.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora