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Mi conversación con la emperatriz no dejó de dar vueltas en mi cabeza, brindándome una nueva perspectiva

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Mi conversación con la emperatriz no dejó de dar vueltas en mi cabeza, brindándome una nueva perspectiva. Ahora que sabía que mi compromiso no tardaría en anunciarse a la corte, formalizándose después de meses de dudas, sentía un nudo en la boca del estómago; estaba horrorizada por las partes que Calidia había decidido compartir conmigo respecto a su historia... y no podía evitar sentir un ramalazo de odio aún más profundo hacia el Emperador. La madre de Octavio creía que el cambio se obraría una vez el Usurpador estuviera muerto; sin embargo, ¿cuánto tiempo faltaba para ese dichoso momento? Años probablemente. Años en los que tendríamos que seguir soportando su tiranía, su crueldad... Años en los que su sombra seguiría cubriéndonos, asfixiándonos.

Pero quizá la muerte del Emperador no estaba tan lejos...

No si Zosime venía a reclamar su alma antes de tiempo, preparada para llevárselo consigo y saldar la deuda que le había sido negada cuando fue sesgada del Panteón.

Y para ello tenía que hablar urgentemente con Ludville.

Con aquella idea en mente, me alejé del ala residencial de la familia imperial en dirección a los jardines. Necesitaba llegar a la pequeña propiedad que el Emperador había cedido con gusto a la comitiva venida desde Assarion; necesitaba a Ludville para ofrecerle una alianza.

La promesa de ver cumplidos los deseos de su rey antes de lo que habían pensado.

Sin pararme a sopesar las consecuencias —y tras equivocarme con un par de giros—, atisbé las escaleras que, sabía, me llevarían hacia la casa de invitados. El servicio y los miembros de la corte que permanecían en el palacio seguían recuperándose de los excesos y el duro trabajo de la noche anterior, despejándome el camino de ojos curiosos; aceleré la velocidad de mis zancadas al divisar la inconfundible figura del edificio y subí los pocos escalones que me separaban de la puerta principal.

Un hombre ataviado con el uniforme de color arena me recibió cuando apenas me quedaban unos pasos de distancia, como si me hubiera divisado en mi apresurado camino hasta allí. Se inclinó con solemnidad.

—Avisad de mi presencia a lady Ludville —le pedí, quizá más impaciente de lo que debería sonar—. Y decidle que es un asunto urgente...

—Lady Furia —la inconfundible voz seductora de la nigromante sonó a unos metros por detrás del cuerpo del sirviente. El hombre se hizo a un lado para dejarle la vía libre a la exuberante mujer; me sorprendió comprobar lo entera que parecía, suponiendo que ella regresó a la fiesta después de permitirme ver a Cassian—. Golett, puedes marcharte: yo me ocuparé de lady Furia de ahora en adelante.

El sirviente alternó la mirada entre las dos antes de despedirse de ambas con una inclinación de cabeza, desapareciendo en una de las puertas que había en aquella planta del edificio. Ludville no apartó sus delineados ojos de mi rostro, ni siquiera para asegurarse de que nos dejaban a solas.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora