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No me costó mucho colarme casi frente a las narices de los pobres desgraciados que se encargaban de las guardias aquella noche

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No me costó mucho colarme casi frente a las narices de los pobres desgraciados que se encargaban de las guardias aquella noche. Un ambiente tétrico y cargado de temor se había instalado en la prisión después de lo sucedido en el patio, cuando Jedham...

Un escalofrío erizó el vello de mi cuerpo al recordar cómo esos cuerpos se habían alzado, como títeres siguiendo el tirón de los hilos de su marionetista. Ella se había quedado paralizada en la tarima de madera, frente al rebelde que Fatou había elegido para convertirlo en su primera víctima; sus ojos no habían podido esconder el horror al reconocerle. Porque aquel hombre había sido el líder de su facción; yo mismo había estado en las cuevas del desierto cuando se habían reunido junto con otros líderes, entre los que se encontraba el padre de Jedham, para discutir respecto al plan que guardaba la pelirroja para obtener información que beneficiara a la Resistencia.

En el momento de la verdad, cuando Fatou dio la orden, Jedham no se había movido.

No sabía si había sido el horror de comprender lo que tendría que hacer —sus consecuencias— o la conmoción de lo que fuera que le hubiera susurrado el viejo rebelde, pero ella no había sido capaz de reaccionar.

Y luego... luego había sentido esa sacudida de magia cuando ella cayó sobre la tarima, demasiado abrumada por la situación.

Después de que consiguieran sacarla del patio, el caos que había provocado con aquel despliegue de poder no se había extinguido. Fatou trató de que sus nigromantes detuvieran a los cuerpos animados de los rebeldes, pero no había surtido el efecto deseado: ellos seguían poniéndose en pie o arrastrándose, imparables. Una auténtica sensación de pavor se había extendido al ver que esas criaturas no eran tan fácilmente derrotadas. Los Sables de Hierro tuvieron que dar su golpe de gracia, empleando sus cimitarras, para conseguir desmembrar a los cadáveres y hacer que dejaran de moverse.

Había visto cómo se llevaban los pedazos. Luego había escuchado los susurros en el comedor, diciendo que habían hecho varias piras para convertir en cenizas lo que quedaba de los cuerpos, esparciéndolas después por el falso temor de que pudieran regresar.

De Jedham lo único que había podido averiguar fue que estaba encerrada en las mazmorras, completamente aislada del resto por órdenes de Fatou. El terror del nigromante parecía genuino, real; tampoco esperaba que su ejecución, otro golpe más con el que pretendía desestabilizar a Jedham y hacerle cruzar ese último límite, se convirtiera en aquel grotesco espectáculo en el que habían terminado algunos nigromantes y Sables de Hierro heridos.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora